Este año, tras la segunda ruptura, la tendencia es parecida. Si 2016 terminó con 1,161 ejecuciones, en los primeros tres meses de este año ya se han registrado casi la mitad.
“Es un mensaje muy cabrón”, decía el pasado lunes un reconocido periodista de Culiacán. ¿Un mensaje de qué? “De miedo”, aclaraba. Colegas de Javier Valdez se preguntan el motivo de su asesinato. ¿Fue algo que escribió? ¿Algo que no le gustó a alguien? Hace apenas dos semanas, cuando detuvieron a Dámaso López, “el Licenciado”, uno de los sucesores del “Chapo”, una reportera de ese diario preguntó a Valdez por su opinión sobre cómo quedaba la estructura del cartel, pero este pidió no responder. “Disculpa, agradezco tu interés, pero por razones de seguridad, no puedo dar declaraciones, se puso cabrona la situación”, escribió en un mensaje.
Hace un mes, cuando el narco arrojó desde una avioneta un cadáver en Sinaloa, Javier Valdez analizaba el aumento de la sinrazón del crimen organizado. El periodista consideraba que la escalada de violencia ha alcanzado niveles similares a los de 2008, cuando los Beltrán Leyva, la familia de Guzmán y “el Mayo” Zambada se disputaban el poder. “Tenemos una generación más violenta de narcos. Ya no basta con matar, hay que mostrar el cuerpo”, aseguraba Valdez, que lamentaba también cómo la atmósfera en Sinaloa era diferente: “Todo es confuso, la paranoia, el no salir de casa, la ausencia de autoridad por complicidad u omisión… La única diferencia es que ahora la violencia se ha desplazado a las zonas rurales de Culiacán, no a la propia ciudad, como entonces, cuando se convirtió en una morgue”, aseguraba.
En “Narcoperiodismo”, Valdez recuerda los ataques con granadas de fragmentación a su propio semanario, Ríodoce, y al diario El Debate en 2008. Tiempos de la primera ruptura. En 2010, unos pistoleros rafaguearon la sede del diario Noroeste en Mazatlán, al sur del estado: 57 balazos.
En el caso de Noroeste, quizá el diario más importante de la entidad, fue una represalia por publicar una nota que no gustó a uno de los grupos en pugna. Adrián López, su director, cuenta que el diario informó de una balacera en una taquería, dos muertos y un herido. El herido, decían, era un cliente normal, inocente. A los atacantes no les gustó aquello de inocente. Llamaron al diario y dijeron que se trataba de uno de los jefes del bando contrario: de inocente nada. Que tenían tres horas para rectificar. Los reporteros del periódico trataron de confirmar el dato con la Policía. Si era uno de los malos, que la Policía lo dijera. Pero no lo dijo. Y a medianoche les cayeron a plomo, con cuerno de chivo. “Las balas agujerearon hasta el acero de las vigas”, dice Adrián.
Pero ¿qué escribió Javier? ¿De verdad fue algo que escribió? ¿Algo que publicó su semanario?
No es ningún secreto que los hijos de Joaquín Guzmán luchan a muerte en Sinaloa con la facción de Dámaso López, detenido hace un par de semanas en la Ciudad de México. Apodado “el Licenciado”, López, su hijo y el resto de su gente batallan por la hegemonía en la organización, tras la detención y posterior extradición de Guzmán a Estados Unidos. La cuestión es, ¿qué significa la hegemonía? ¿El control de la plaza, Culiacán, Mazatlán? ¿El control de las rutas de heroína, metanfetamina y mariguana al norte? ¿O acaso es una cuestión de imagen, una pelea por la percepción, una forma de mostrarse fuertes ante las autoridades, una medida de presión para negociar?
Lo cierto es que uno y otro bando han cruzado acusaciones a través de los medios de comunicación. Acusaciones que han llegado incluso a la prensa nacional. Y podría ser algo que alguien dijo que no gustó a otro alguien. Enrevesado, mortal.