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Inversiones valiosas, festival, memoria

En mis anteriores planteamientos he insistido en algo que cae por su peso: invertir en educación debe ser una acción estratégica para prevenir la violencia, asegurado con políticas públicas.

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Con motivo del VIII Festival de Literatura Infantil, que comenté hace 15 días antes de su realización, he fortalecido mi sorpresa de percibir interés de los niños por asistir a eventos de animación de la lectura. Este evento desde el primero al octavo ha sido un éxito gracias a la colaboración del equipo de trabajo de la Biblioteca Nacional, el apoyo institucional, además de la cooperación de universidades, organizaciones civiles, empresas y entidades privadas. Sin ellos, imposible haber llegado a una octava versión; igual digo de los escritores y animadores de lectura y su voluntariado ejemplar. Tantas respuestas positivas a un proyecto cuyo centro principal son niños y niñas de comunidades en riesgo, cuyo solo viaje a la ciudad capital es un atractivo y un aprendizaje; un conocimiento valioso como el obtenido en las aulas. Porque la vida está en todas partes; y educación es vida.

El festival ofrece facilitadores de lectura y animadores que hacen del momento del festival infantil un asocio entre libro, lectura y momentos de alegría. No cabe duda, los niños son la esperanza. Pero la esperanza de verdad, la que se proyecta desde un presente, ofreciéndoles sus derechos plenos. Ellos también son la riqueza para el desarrollo futuro.

En este VIII Festival, los niños encontraron a dos escritores salvadoreños que sumados han publicado en Estados Unidos más de 30 libros de literatura infantil y han obtenido premios, uno en Los Ángeles, otro en Nueva York y Washington. En todos los libros la temática es El Salvador. También la diáspora contribuye con valores de país. Y para culminar el evento relacionamos animación lectora con alegría, pues también participan, con ¡voluntariado! Mimos-Clown.

Nuestro proyecto de facilitar el libro y la lectura no se limita a un festival al año. También se logra con una biblioteca móvil que funciona desde la Biblioteca Nacional. Y algo más: los facilitadores conocemos y logramos aprendizaje al visitar las comunidades de difícil acceso. Es un aprendizaje con estímulos similares. Este año visité a niños del cantón Loma del Muerto (por la matanza indígena de 1932), en Sonsonate; a estos y a miles les llegó una libreta sencilla, pero dignamente impresa con más de una docena de poemas infantiles, con igual número de escritores. Fui testigo del entusiasmo en el aula, expresado con acciones creativas.

El festival de noviembre permite observar la importancia de ofrecer oportunidades recreativas y creativas a niños y niñas que responden felices a la facilitación brindada por las instituciones de cultura y educación. No: nada de cruzarse de brazos viendo pasar la tragedia como espectadores. Por eso mi insistencia en promover este tipo de acciones educativas. Porque la esperanza no solo debe visualizar el futuro, sino el presente vital, porque la renovación está en esos grupos base que asisten y participan en encontrarse con el libro y la lectura.

El Festival de Literatura Infantil ofrece lectura desde edades tempranas, entre siete y 12 años. Ojalá pudiéramos hacerlo con la primera infancia (de cero años a cinco años). Para estos el conocimiento o la palabra tierna de leerles un cuento o un poema no solamente recrea, también hace algo más prodigioso, ofrecer a las nuevas generaciones calidad de vida, vida sana entendida como bienestar, semejante al cuido en salud y alimentación. Volverlos permeables al conocimiento permite una transformación al utópico cambio.

“No solo debe cuidarse la supervivencia biológica, protección de enfermedades o desnutrición”, dicen científicos del cerebro y de las emociones, sino atender una educación temprana en el niño que repercuta en el desarrollo intelectivo “(que lo haga) capaz de cambiar su entorno que significa convertirlo en partícipe de la sociedad que necesitamos” (Luz Stella Losada, et al.).

Los autores son profesionales de la salud y la educación, expertos en desarrollo infantil y prevención de agresiones sexuales, tratan el tema de construir familias con desarrollo integral al atender al niño desde antes del nacimiento hasta los cinco años. En mis anteriores planteamientos he insistido en algo que cae por su peso: invertir en educación debe ser una acción estratégica para prevenir la violencia, asegurado con políticas públicas.

Recuerdo cuando en segundo grado, en la primera mitad del siglo XX, a un director chiflado se le ocurrió hacer una excursión con niños de segundo a sexto grado. Yo estaba en segundo, tendríamos que viajar en tren de leña desde la escuela pública en San Miguel hasta Ahuachapán, donde estaba el punto central del viaje: conocer una casa.

Era una actividad de recreación y aprendizaje irreversible (conocer la casa del poeta Alfredo Espino, de quien yo solo conocía el poema “El nido”). Además se trataba de un viaje sin presupuesto estatal, para lo cual se debe planificar con creatividad y ejecutar con eficiencia. Es el caso del Festival de Literatura Infantil, donde las comunidades o las familias contribuyen para el transporte en buses; otros aportes, la mayor parte, se obtienen por las organizaciones civiles, empresas y universidades, y desde la Biblioteca Nacional se hace la gestión de acuerdo con cooperantes con sensibilidad patria.

Continúo con el profesor chiflado: él hacía las gestiones para que las escuelas de las ciudades visitadas nos dieran alojamiento para dormir. El pasaje del tren lo pagaba el padre o la madre de familia. Hicimos la primera parada en Usulután, en la Basilio Blandón; la segunda fue en San Vicente (olvido el nombre de la escuela); la tercera fue en San Salvador; dormimos en la Joaquín Rodezno. De allí salimos a Santa Ana, dormimos en la escuela Mariano Méndez, ahora en ruinas, pero en proceso de restauración. He olvidado, quizás por las penurias, si comíamos o no comíamos. Solo recuerdo que en San Vicente un niño de mi edad me invitó a almorzar a su modesta casa. Bueno, fue mi primera ventura a mis ocho años. Mi madre tuvo la confianza de permitirme un viaje que duró una semana. ¿Cómo ven esa chifladura genial del docente director? Para más datos: poeta, creativo, chiflado.

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