Árbol de fuego

Honduras en el espejo

Los movimientos construidos alrededor de una persona son tan dañinos como los partidos políticos de los que tratan ser solución. Deben ser fiscalizados –como todos los demás partidos– para entender sus contrapesos y aliados.

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Periodista y comunicador institucional

Honduras es un caos. En uno de los momentos más álgidos de su historia nacional ha habido saqueos, muertos, toques de queda, marchas, una “huelga” policial y, en el centro de todo, la sombra de un posible y bochornoso fraude electoral. La situación evoluciona cada hora, y con los días, una tensa calma parece cubrir el país, solo esperando, de pronto, la irrupción de una nueva ola violenta. De este lado de la frontera, la situación parece un cuadro con pinceladas del pasado reciente. El Salvador de la década del setenta con los resultados electorales en los que nadie creían, fuerzas represivas y con el clamor popular que inundaba las calles. Un país al que muchos ya solo conocimos en libros y en los recuerdos juveniles de nuestros padres. Quizás por eso el caso hondureño ha calado hondo. Además, que somos parte de la triada trágica de países que conforman Guatemala, El Salvador y Honduras. De alguna forma nos hermana la tragedia y tantísimos sinsabores. Es como verse en un espejo y distinguir los rasgos que comparte una misma familia.

Pero me gusta pensar que El Salvador ya superó la etapa de los fraudes electorales. Al menos en lo que respecta al estricto conteo de los votos. Costó mucha sangre inocente y la vida de miles de personas –de distintas ideologías– que murieron defendiendo lo que consideraban era lo mejor para el país. Es un legado que tiene un valor trascendental y al que no todos en las nuevas generaciones saben dar su dimensión. Por eso ha sido nefasto saber que los dos principales partidos políticos del país han negociado con las pandillas a cambio de votos, corrompiendo un sistema que nos les pertenece y que tanto ha costado construir, pese a sus deficiencias. Negociar con grupos criminales a cambio de votos es escupir en la cara de los votantes y de quienes combatieron en una guerra fratricida. Son capaces de todo por ganarse el botín que representa el Estado. Al final de cuentas, pareciera que todo se puede negociar, incluso la vida de los ciudadanos. En realidad, ellos creen que son los dueños de El Salvador. Se sienten demasiado cómodos en un bipartidismo que creen eterno y que propicia la más absoluta mediocridad en la administración del Estado.

Con ese desprestigio afrontan un nuevo proceso electoral el próximo año. En distintas circunstancias, los tres países del Triángulo Norte de Centroamérica comparten la crisis en sus partidos políticos. Con Guatemala y sus partidos que, en la gran mayoría, solo duran una carrera presidencial, y un presidente que fue de los primeros en felicitar a Juan Orlando Hernández por su “triunfo”. Al hondureño, al igual que en el caso de El Salvador, también se le acusó de comprar votos en las primeras elección presidenciales en las que participó y fue electo. Ya en el cargo, supo leer la crisis en los partidos políticos de su país y comenzó a construir una estrategia comunicacional totalmente centrada en su persona. Que incluyó un ejército de “troles” agradeciéndole cada acción que su gobierno realizaba en cualquier ámbito. Juan Orlando Hernández se creyó el elegido. Y su ambición parece haber llevado a su país al abismo.

Los movimientos construidos alrededor de una persona son tan dañinos como los partidos políticos de los que tratan ser solución. Deben ser fiscalizados –como todos los demás partidos– para entender sus contrapesos y aliados. Después de todo, en la política moderna, los intereses pesan más que cualquier ideología. Ya hemos vivido dos gobiernos que se catalogan como de “izquierda” (aún arengan a la gente como en los ochenta) pero han realizado administraciones más cercanas a la derecha. Las transformaciones que tanto se necesitan no las puede hacer una persona, sino que un grupo de ciudadanos con una visión más integral. Construyendo partidos sólidos y mucho más transparentes. Cuesta mucho. No hay soluciones fáciles. En este país nunca las ha habido.

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