Historias sin Cuento

El tren de la mañana Fue el que llevó a Magnolia al sitio ubicado en aquella colina que daba al norte. Se bajó en la estación con su pequeño equipaje y ya en el andén se dio cuenta de que no había nadie para recibirla. Le preguntó a alguien que andaba trabajando por ahí hacia […]

El tren de la mañana

Fue el que llevó a Magnolia al sitio ubicado en aquella colina que daba al norte. Se bajó en la estación con su pequeño equipaje y ya en el andén se dio cuenta de que no había nadie para recibirla. Le preguntó a alguien que andaba trabajando por ahí hacia dónde tenía que ir para dirigirse a su lugar de destino, y el jornalero se lo indicó. El camino polvoriento iba subiendo entre árboles y matorrales.
La casa era una construcción que parecía producto de la imaginación de un ermitaño de otro tiempo. Llegó a la pequeña explanada que estaba enfrente, y desde ahí se volvió para observar el entorno. Terrenos cultivados, algunas viviendas dispersas y al fondo el cielo abierto con nubes inmóviles. Un perro se acercó para olfatearla. Ella se dirigió hacia el interior de la casa.
—¿Hay alguien por aquí?
Silencio.
Recorrió los tres cuartos y llegó a la cocina.
Más silencio.
Entonces salió al patio posterior, labrado en el talpetate vivo. El perro volvió a acercársele. Era grande y casi negro. Husmeaba con gentileza. Ella se sentó en el borde de un arriate que era lo único que mostraba algún cuidado reciente. El perro se acomodó junto a ella.
Pasaron las horas, y la soledad se hacía más sensible. La luz solar lo envolvía todo, como dándole esperanzas de que el lugar podía volverse hospitalario. Se recostó en el hilo de piedra y sin quererlo se quedó dormida.
Una mano se posó suavemente sobre su hombro:
—Magnolia, ya estoy aquí.
Despertó sobresaltada.
—¿Tú quién eres? ¡No te conozco!
—Soy el jardinero de tu familia, el que te invitó a venir a este lugar. Me ha ido bien, y esta casa es la muestra. ¿Querés compartirla conmigo? ¡Te amo desde que eras una niña y yo un jovencito! ¡Magnolia, el sueño de mi vida!
—¡Pero el que me invitó fue un antiguo amigo de mi padre que quería verme por última vez!
—No, mírame, yo te ofrezco no la última vez sino la primera.
Magnolia se quedó quieta, pensando. Lo miró de pies a cabeza, como en examen definitivo. Sonrió, aspirando con fuerza el aire fresco y fluyente. El perro seguía junto a ella, con la cola en movimiento de bienvenida.
—¿Te animás?
—Bueno, probemos. Y se lo digo a él, al perro, no a ti.

MISIÓN dominical

Era el trabajador más puntual y eficiente de la empresa, y eso venía siendo así desde que se inició ahí al nomás concluir sus estudios formales. La voluntad de servir bien había sido su motor de conducta permanente, y eso lo reconocían los que habían contribuido a su formación en las aulas; entre ellos, su antiguo profesor de ciencias sociales, que hoy vivía muy cerca, en una casita de familia, porque estaba solo, sin ningún pariente accesible.
Él lo visitaba con alguna frecuencia los domingos, y así se hacía a la idea de seguir escuchando las mismas lecciones, solo que ahora sin amenaza de examen.
—Hola, profe. ¿Cómo se siente hoy?
—Me duele todo, menos la memoria.
—¡Usté tan guasón como siempre!
—Ay, muchacho, lo que menos me nace es guasa. Ahorita mismo, por ejemplo, si me preguntaras qué quiero hacer no vacilaría en contestarte que irme a alguna cantina a meterme unos cuantos talegazos para fondear despuesito.
—Ah, pues yo soy materia dispuesta. ¿Vamos?
Él tomó su chamarra y el profesor tomó su andadera. Un par de cuadras más adelante estaban frente al bar que había abierto recientemente. Él pidió una cerveza artesanal y el profesor un trago de ron. Y pronto estuvieron suficientemente animados para empezar a hablar, por turno, de sus emociones y de sus aspiraciones. Él, del ansia de perfección y del anhelo servicial; el profesor, del conocimiento compartido y de la promesa de enseñar siempre.
—¿Sabés una cosa, cipote?… Cuando te hablo siento que estoy en mi mundo y que muy pronto va a sonar la campana para el recreo.
—Pues mire, profe, lo que más le agradezco es que me ha hecho sentir que nunca se acaba de aprender y que hay que devolver lo aprendido en acciones.
—¡Salud, pues! ¡Que viva el domingo!
—Sí, porque si vive el domingo vive toda la semana.

EL SUEÑO DE nunca acabar

Por las noches, las ansias se le volvían presencias acompañantes, como si en esas horas de oscuridad externa se encendieran candiles inspiradores en sus alrededores anímicos. Esto no se lo contaba a nadie, para evitar los comentarios inquisidores, aunque las señales del insomnio reiterado despertaban preguntas entre los suyos:
—Otra vez amaneciste clareado, Johnny. Se te nota.
—Te estás imaginando cosas, mamá. Lo que pasa es que me quedé estudiando hasta tarde para salir bien en mis últimos exámenes.
—Tus últimos exámenes, es cierto. Qué rápido pasó el tiempo. Ya vas a ser licenciado.
—Y tengo varias ofertas de trabajo; pero la que más me gusta quizás no te va a gustar a ti.
—¿Y eso?
—Ahí te cuento. Ahorita me voy para la facultad.
A medida que pasaban los días en verdad la fatiga mental se le iba volviendo más y más absorbente. Pero era una fatiga diurna que hacía contraste vivo con el caudal energético que se le desataba por las noches. Estaba llegando al punto en que si le fuera posible escoger optaría sin dudarlo por vivir de noche y desaparecer de día, lo cual parecía a todas luces un dilema instalado en la telaraña del absurdo.
Hasta que se le produjo la crisis: aquella mañana no estaba en su habitación, y sus familiares creyeron que se había ausentado de madrugada; pero llegó la hora normal del regreso a casa y él no apareció. El temor permeó a la familia, ya que los ataques de la criminalidad no tenían freno, y así fueron de inmediato a dar parte de la desaparición. Les informaron que se activaba la búsqueda, pero que no daban seguridades de nada.
Eran gente religiosa, y en la capilla de la vecindad hicieron de inmediato loa ruegos del caso. La tarde pasó sin novedad, y la noche estaba por llegar. Con ella llegó el presunto desaparecido, sin ningún signo anormal.
—¡Mi muchachito! ¿Qué te pasó?
—A mí nada. Pero quizás es hora de que les informe: de hoy en adelante no apareceré por las noches. Ya terminé todos mis exámenes. Me gradúo con honores. Voy a trabajar como mánager en un negocio de placer para hombres pudientes…
—¡Dios mío! ¿Qué dices? Ese es el mundo del pecado…
—Ajá, del pecado más rentable. Y como yo soy hombre de la noche, pues ni qué mejor.
—¿Y de día, hijo?
—Pues voy a darle reposo a mi vigilia, por lo menos para mientras.
—¿Cómo es eso?
—Sí, para mientras me sale al encuentro la mujer de mis sueños, que va a ser virgen, ja,ja.

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