Álbum de Libélulas 170 (Galindo)
David Escobar Galindo
Había que sacar fuerzas de flaqueza para poder encarar los enconados desafíos del presente. Y para hacerlo era indispensable descubrir los entramados interiores de la flaqueza. No era hombre con especiales aptitudes para autorreconocerse, y por eso la tarea resultaba aleatoria. En ésas estaba cuando empezó a sentir aquella oscilante necesidad de identificar sus predios sentimentales resecos. Se lo propuso, sin saber cómo. Lo que le vino entonces fue una forma de sed, que no parecía saciable con ninguno de los líquidos conocidos. La respuesta le vino en una especie de éxtasis. Aquel día, mientras caminaba, sintió que iba levitando. Y en tal condición llegó hasta el carretón donde un anciano sonriente repartía copas rebosantes. ¿Sería el destino?
Era adicto a estar permanentemente conectado a las redes sociales, pero no en el plano informativo: todo para él se reducía a Compartir con desconocidos hasta lo más trivial del día a día. En algún momento, sin embargo, su adicción comenzó a invadir otros espacios, y el primero fue el del clima. Vivía en el trópico, y sorpresivamente aquella mañana el Servicio Meteorológico anunció un chubasco de nieve. ¿Una broma o un despiste? Se asomó a la ventana más próxima, y lo que resplandecía era la energía solar en vivo. Se quedó en suspenso y entonces le vino la corazonada. Cerró los ojos y se le abrió la ventana interior: sí, flotaban animados los copos con el anuncio de una nueva e ilusionante estación…
Siempre fue despreocupado compulsivo, que lo iba dejando todo para mañana. Y cuando ese mañana llegaba, lo transfería todo para el mañana siguiente. Un primo hermano, dedicado ya a la investigación programada en el campo de la cultura, con el que habían crecido juntos, lo conocía al pie de la letra, y tenía una frase para definirlo: “Es un pasajero de sí mismo”. Y, como buen pasajero, nunca estaba en el mismo sitio, anímicamente hablando. Eso lo hacía parecer inestable y desorientado, aunque en verdad tenía su ruta marcada, como los trenes cotidianos. Y así llegó hasta el final. Él y su primo continuaban en estrecho contacto, y ambos padecían males terminales. Cruzaron la puerta al mismo tiempo. “¿Te vas a quedar aquí? Yo sigo de largo…”
Todas las tardes, hubiera aire nítido o lluvia voladora, se ubicaba en la terracita que daba hacia los más lejanos entornos y se ponía a oír las canciones de su entonces en voces como las de Bing Crosby, Judy Garland, Rosemarie Clooney, Nat King Cole, Doris Day, Ella Fitzgerald, Peggy Lee y Frank Sinatra… Y su primer recuerdo recurrente eran las carteleras de los cines de su tiempo, especialmente el Apolo y el Nacional. Hoy ya no existían esas carteleras, al menos en los sitios originales. No necesitaba cerrar los ojos para percibir las figuras, y ya no fijas sino en movimiento. Sin levantarse de su silla vespertina veía al fondo, en la pantalla del cielo abierto, una especie de Carnegie Hall desconocido y personalizado a la vez…
Según todas las opiniones del entorno familiar y social, ellos formaban la pareja perfecta. Y así parecía ser mientras aquella relación se mantuvo en el plano de los anhelos y las promesas. Pero precisamente por ser “la pareja perfecta” había que anudarla con un lazo que concentrara todos los reflejos; y así llegó la hora del compromiso formal. Se hizo en un lujoso club rural, en la cumbre de la montaña inmediata. Todo listo para el momento, incluyendo el sol, la brisa y los ramajes. Alguien dijo una oración, que nadie pudo oír porque en aquel preciso instante se desató un vendaval insospechado, y cuando cesó, la pareja perfecta ya no estaba ahí. Se había ido volando con el viento, a residir en el único sitio donde podía vivir su perfección.
Cuando se empezaron a destapar irregularidades en la cuentas de la compañía, todas las miradas se dirigieron hacia él, que llevaba el control de las inversiones y de los ingresos. Se armó el escándalo interno, con exabruptos y amenazas; pero nada salía de los recintos estrictamente resguardados. Todo apuntaba a que él estaba en el centro de todo aquel trastorno, y los dedos acusadores se volvían cada vez más incisivos. Entonces se produjo la junta esclarecedora. Todos los dedos apuntaban hacia él, salvo uno. El de ella. Ella, la heredera y la dueña de todo. “Yo lo hice todo, para probar cómo se comportaban ustedes. Veo que están alertas. Pero una preguntita: ¿Se hubieran portado igual si hubieran sabido que yo estaba haciendo trampas de veras?” Afirmaciones de cabeza con sonrisas torcidas.
Se encontraron en el chat sin proponérselo, como pasa ahí casi siempre. Desde el primer contacto sintieron que algo muy personal les tendía un lazo envolvente. Así comenzó el chateo, mañana, tarde y noche, como si no tuvieran nada más que hacer. Y en realidad no tenían ocupaciones de trabajo, porque ambos disponían de suficientes fondos familiares. La relación se les fue volviendo íntima sin más. Un día de tantos, y al unísono, dispusieron Compartir imágenes propias. Y entonces tanto él como ella se quedaron en silencio. Un silencio que parecía no tener escapatoria. ¿Qué era aquello? Nacimiento sucesivo: ella en un año y él al siguiente. Y los mismos padres. ¿Dónde estaba el enigma de que personalmente nunca se hubieran conocido? Mejor dejar las cosas así, porque las máquinas no saben de genes…
Cuando iba pasando la patrulla se desataron las ráfagas desde un predio baldío que estaba enfrente. Los agentes resultaron ilesos, pero en el averiado pavimento quedaron los cuerpos de los atacantes, evidentemente pandilleros. La escena era tan común que no conmovió a nadie. Pero en uno de los condominios colindantes vivía aquel jovencito cibernético, que era el otro rostro de la realidad actual. Contempló lo ocurrido y al instante lo consignó en su página web, que tenía un nombre proyectado al futuro: DESMEMORIADOS. COM. ¿Sarcasmo o premonición?
Séptimo Sentido les invita a que nos hagan llegar sus opiniones, criticas Donec sed odio dui. Nullam quis risus eget urna mollis ornare vel eu leo. Cum sociis natoque penatibus et magnis dis parturient montes, nascetur ridiculus mus.
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