Historias sin Cuento

Acababa de sonar la campana que parecía un vivero de ecos y los habitantes de los alrededores se fueron dirigiendo hacia aquella pequeña edificación antigua en la que a diario se celebraba el rito.

MISTERIOS DE CORBATA

En estos tiempos de informalidad creciente, los vestuarios estudiantiles van siendo cada vez más imprevisibles, en contraste con lo que pasaba en épocas anteriores, cuando los que estudiaban determinadas carreras usaban por tradición atuendos formales. Los estudiantes de Derecho, para el caso, vestían de saco y corbata. Hoy, los jeans y las camisas sueltas son lo que prolifera prácticamente sin excepción. Y entonces la rebeldía tiende a operar al revés. Es el caso de Segismundo.

—¿Por qué te pusieron ese nombrecito?

—Porque mis papás son cultos.

—¡Ja, ja!

—¿Ustedes han oído hablar de Calderón de la Barca?

—Sí, es un pescador que vive a la orilla del mar, allá por el puerto.

—¡Ah!, qué chistoso.

—Pues hombre, ¿cómo no vamos a saber, si el maishtro de literatura vivía mentándolo en sus clases, que por cierto eran una muestra bostezante de “La vida es sueño”…

—¡Ja, ja!

Y ahora Segismundo quiere ponerse a la moda rompedora para que el nombre no le estorbe. Estudia Tecnologías de la Información, y llega a diario a clases de saco y corbata. Los compañeros lo miran y hacen gestos de hilaridad despectiva. Y más aún porque cada día cambia el color de la corbata. Entonces la expectativa sobre ese color se va volviendo adivinanza viral.

Segismundo llega siempre tarde, y lo rodea de inmediato un coro de miradas.

—¿Y hoy qué le pasará a este? Viene sin corbata…

Alguno se lo pregunta de inmediato. Él sonríe con gesto de haber dado en el clavo:

—¿Qué les pasa? ¿No se han dado cuenta de que hoy tocaba la corbata transparente? ¡Si no serán pendejos!

MISTERIOS DE CAMISA

La primera vez que se abrazaron tanto él como ella sintieron que estaban entrando en terreno desconocido. Y eso desconocido se centraba en los aromas. Ni él ni ella pudieron advertir qué significaba aquella cercanía aromática.

—¿Te gustó? –preguntó ella, con un tinte de ansiedad.

—Una dulce emoción me invade. ¿Y a ti?

Ella no respondió con palabras. Suspiró como si estuviera a punto de experimentar una sensación inexpresable.

—Entonces, estás invadida por el desconcierto –reaccionó él, con ansiedad inocultable.

—No sé. Lo que pasa es que yo pensé que mi perfume iba a ser el único, y ahora siento que estamos correspondidos…

—¿Cómo así?

—Es que cuando nos abrazamos tuve la impresión de que entraba en una capilla…

—¡Qué misterioso es esto! Yo sentí, cuando nos abrazamos, que me hallaba en un rito floral…

—Es que el perfume que uso se llama “Florilegio”. ¿Y el tuyo?

—Bueno…, es que yo no uso fragancia…

—¿No, y entonces a qué hueles?

—No sé.

—Pues voy a probar otra vez.

—¿Qué?

—El abrazo.

Dicho y hecho. Y el abrazo fue más apretado aún, porque tenía propósito. ¿Cuánto tiempo estuvieron así? Ninguno de los dos pensó en el tiempo. Las aspiraciones mutuas lo dominaban todo. En él era el gozo de lo conocido. En ella era el ansia de lo desconocido.

Por fin, ella se desprendió suavemente. Y con las manos puestas sobre el pecho de él, vino su explicación:

—Es tu camisa la que huele, pero no en todo su tejido, sino solo en esta parte que está sobre el corazón. Quizás, entonces, es tu corazón el que envía el aroma.

Se rieron como niños que acabaran de descifrar un misterio inocente.

MISTERIOS DE CHINELA

Desde niño tuvo aquella tendencia a hacer del sueño una caminata sin duración ni destino identificables de antemano. En la medida que pasaba el tiempo, aquellas excursiones nocturnas le iban produciendo estados de fatiga que podían parecer quebrantos de salud.

Tanto así que, para salir de dudas, empezó a acudir a consultas médicas en busca de respuestas esclarecedoras.

Dichas respuestas fueron variadas y hasta contradictorias. Como que por ahí no se llegaba a nada.

Pasó, entonces, a buscar opinión más especializada. Y en ese orden uno de los consultados le hizo una sugerencia que parecía desconcertante:

—Creo que sería prudente que acudiera a la consulta de un psicólogo.

—¿Tendré problemas mentales, doctor?

—Yo solo aconsejo. No soy experto.

Buscó esa opinión.

—Vamos a hacer un calendario de sesiones.

Transcurridas algunas, dejó de asistir. ¿Qué pasó? Alguien le sugirió una psíquica, que en el primer encuentro le hizo una petición que parecía una simple extravagancia:

—Para empezar, ¿podrías traerme una de las chinelas con las que te desplazas en el sueño?

Cuando se la llevó, la psíquica la tomó entre las manos e hizo un gesto de reverencia:

—Ahora sé que eres un sonámbulo sobrenatural. En esta chinela están las huellas de tus excursiones cotidianas por los caminos del pasado y del futuro. Tú, cada noche, recorres un resumen de tu vida…

—¿Y de dónde me viene la fatiga?

—No es fatiga, amigo mío: es sensibilidad llevada al límite.

—¿Y entonces?

—Voy a tratar de acompañarte cuando me sea posible.

—¿Y cómo vamos a encontrarnos?

—No te preocupes: mis propias chinelas me llevarán hasta ti.

MISTERIOS DE BUFANDA

En el lugar, que era un suburbio superpoblado, el clima cálido imperaba a lo largo del año, algunos meses en lo seco y otros meses en lo húmedo. Era el trópico, benigno pero persistente. Por eso la prenda que estaba guardada desde siempre en la gaveta más baja del ropero era una curiosidad sin explicación espontánea.

Gabriela, a quien todos llamaban Gaby, ocupaba hoy aquella pieza que antes fue de su madre, de su abuela y de su bisabuela, en sucesión cronológica impecable. El ropero también venía de aquellos lejanos entonces, y a Gaby le hubiera gustado tener un clóset, pero el mueble ya estaba ahí y había que aprovecharlo, aunque fuera una reliquia casi centenaria.

Cuando concluyó sus estudios universitarios tuvo el impulso de seguir la ruta de muchos de sus amigos: ir a sacar una maestría en alguna universidad del Norte. Era la moda del momento. Su récord académico era impecable y los recursos económicos disponibles daban para eso y más. Empezó a hacer indagaciones y así llegó el momento de elegir destino. En todas las universidades a las que aplicó se le abrió un espacio. Solo había que decidir.

La tía July, que era su único familiar cercano, le preguntó:

—¿Ya sabes para dónde vas?

—Pues estoy entre dos opciones: Texas o Massachusetts. Y todo me jala hacia Massachusetts. Es como el llamado del frío.

La tía July soltó una risa tierna:

—Claro, mi abuela y tu bisabuela queriendo que vuelvas al clima original. No en balde te dejó una bufanda para que la llevaras en el regreso.

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