Guillermo del Toro: una entrevista con el monstruo del cine

Su nombre es toda una institución, tanto en el cine latinoamericano como en Hollywood. Su forma de hacer cine –junto con la de sus compatriotas Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón– ha dejado una huella indeleble en el cine mundial. Sin embargo, hay algo que hace diferente a Guillermo del Toro: hizo carrera con un género particular, las películas de cine y fantasía; un proyecto que empezó en 1993 con “Cronos” y que, aún hoy, continúa explorando.

Fotografías de Agencias
Escena de » La Forma del Agua» .
Guillermo del Toro.

Guillermo del Toro Gómez nació en Guadalajara el 9 de octubre de 1964 y no tardó en dejarse llevar por los monstruos y el género de terror: “De pequeño quedé aterrorizado al ver en la tele el episodio ‘El mutante’ de la serie de ciencia ficción ‘Rumbo a lo desconocido’ [‘The Outer Limits’]. Después de ver hormigas verdes en las paredes y monstruos en el armario, en mi imaginación hice un pacto para dedicarle mi vida a los monstruos, pero solo si me dejaban entrar a mi dormitorio sin tocarme ni un pelo”, recuerda riendo. Aparentemente los monstruos aceptaron los términos y Del Toro pasó su infancia haciendo películas con una cámara Super-8, figuras de acción y botellas de salsa de tomate. En su juventud aprendió los trucos del maquillaje para efectos especiales en la escuela de Dick Smith –el maquillador de “Taxi Driver” y “El padrino”–, hizo cortos de 16 mm y 35 mm durante los años ochenta y tuvo un salto temprano al cine en 1984 cuando fue el productor de “Doña Herlinda y su hijo”. Tuvo su propia compañía productora –la ahora desaparecida Necropia–, dirigió numerosos programas de televisión en México –como la antología de terror “Hora marcada”, en 1986–, impartió talleres de cine y fue cofundador del Centro de Estudios Cinematográficos y del Festival de Cine Mexicano.

Después de “Cronos”, su primera película, llegó a Hollywood para dirigir “Mimic” (1997). Desde entonces ha dirigido “El espinazo del diablo” (2001), “Blade II” (2002), “Hellboy” (2004), “El laberinto del fauno” (2006), “Hellboy 2” (2008), “Pacific Rim” (2013), “Crimson Peak” (2015) y “La forma del agua” (2018). Ya sea como escritor, director, productor incluso como novelista (escribió con Chuck Hogan una trilogía que componen los títulos “Nocturna”, “Oscura” y “Eterna”), Del Toro recurrió a una mezcla ecléctica de terror, ciencia ficción y fantasía para crear películas únicas y extrañas que lograron cautivar al público de todo el mundo.

A sus 53 años, Guillermo del Toro recibió por segunda vez en su carrera una nominación a los premios Óscar. La primera llegó en 2006 por el guion de “El laberinto del fauno”, pero esta vez “La forma del agua” ganó como mejor director, mejor película y mejor banda sonora. En enero, Del Toro ya había ganado el Globo de Oro como mejor director.

Protagonizada por Sally Hawkins, “La forma del agua” cuenta la historia de una conserje muda que se enamora de un anfibio proveniente de Suramérica. “La trama es una fábula, un cuento de hadas, en una instalación secreta del Gobierno durante la Guerra Fría en 1962”, explica Del Toro. “Mezcla suspenso, drama, fantasía hasta algo de musical. Es simple para que podamos entender la complejidad de los personajes. Es una película que está enamorada del amor y enamorada del cine”.

Nadie puede decir que usted repita alguna fórmula. Cuando uno entra a la sala, se sabe que será una nueva experiencia. ¿Cuál fue el elemento absolutamente nuevo que incluyó en “La forma del agua”?

Bueno, es muy extraño porque he estado haciendo películas durante más de 25 años y creo que todas las películas me llevaron a hacer esta. Es como si durante 25 años hubieras estado inhalando y sosteniendo el aire, y de repente lo dejas salir, liberas tu aliento. La forma del agua es una película que fluye como un esfuerzo humano y sientes la energía, pero es mucho más precisa que cualquiera de las otras películas que he hecho. Fue extremadamente difícil ejecutar esta película. Si se mide en términos de objetivos y ambiciones se logra algo casi imposible. Se siente como un musical, una comedia, un drama con ficción, pero es toda una carta de amor al cine. Hay muchos géneros y, sin embargo, emocional y artísticamente hablando, se siente como una sola pieza.

¿Es entonces una nueva faceta en su carrera?
¡No lo sé! No sé qué es, pero sí sé que es algo nuevo. A los 52 años me detuve y dije: “¿Qué voy a hacer en esta película que no haya hecho antes?” Y muy concienzudamente, muy a propósito, dije que quería hacer algo diferente. Tú lo sientes. Cuando estás viendo la película, es una suma de muchas cosas, una síntesis de todo tipo de cosas que he hecho en el pasado, pero se siente como algo nuevo. Mis nueve películas anteriores fueron una especie de antología sobre mi mitología infantil, esta es la primera vez que hablo como adulto sobre nuestra identidad y sobre nuestra alteridad, sobre la comprensión y la empatía… Y sobre el sexo, sobre lo que es amar. Estas son preocupaciones de adultos.

Si se exige la transformación de la bestia, que tiene que convertirse en un príncipe para poder unirse plenamente con la belleza, no es una historia de amor. Creo que el amor es aceptación y comprensión, no transformación.

Guillermo del Toro, cineasta

La Forma del Agua

¿Cuál fue la primera película que le hizo dar un escalofrío?
Si me pongo a pensarlo bien no fue realmente por una película de terror, sino por un filme de romance gótico. Mi mamá me llevó a ver “Cumbres borrascosas”, con Laurence Olivier. Esa película tenía elementos llenos de oscuridad y una atmósfera tormentosa, era realmente impactante. Recuerdo sentir mucho miedo en la sala de cine, pero al mismo tiempo me gustó. Tal vez ya más crecido me impactó una serie que se llamaba “Rumbo a lo desconocido”. Esa serie sí que me causó un fuerte impacto: recuerdo quedarme en la sala de la casa viéndola bien tarde en la noche y había capítulos que me hacían salir corriendo a mi habitación. ¡Pero siempre esperaba ansioso una semana para ver el siguiente episodio! [Risas]. Por eso pienso que el género de terror es un generador artístico en las personas… ¡O sino ponte a mirar que cada gran narrativa cultural habla de ángeles y de demonios! Necesitamos de esos demonios para completar nuestro impulso narrativo, pero siempre es al mismo tiempo una atracción y una repulsión. Tenemos miedo de eso, pero igualmente nos sentimos muy atraídos hacia eso.

¿Ha tenido usted o alguien en su familia alguna experiencia sobrenatural?
¡Oh, sí, por supuesto! La película “Crimson Peak” se basa en una experiencia que le sucedió a mi madre: poco después de que su abuela murió, la visitó en la cama. Además, yo he experimentado dos fantasmas en mi vida. El último fue cuando estábamos por rodar “El hobbit”, en un lugar llamado Whitomo, en Nueva Zelanda. Escuché de un asesinato que había ocurrido en la habitación del hotel donde nos íbamos a quedar y yo pedí esa habitación. Yo pude oír el asesinato allí en la mitad de la noche, los gritos, la gente moviéndose… Duró lo suficiente para que yo entendiera que no era algo momentáneo ni que alguien estaba viendo una película en la habitación de al lado. Yo estaba petrificado y no tenía nada para beber ni para fumar, sino habría dicho que estaba bajo la influencia de alguna sustancia. Sé que esas cosas existen. Sean lo que sean. No estoy diciendo que tengan que ver con el bien, el mal o la religión, pero pienso que en 20 o 30 años vamos a descubrir qué son en realidad estos fenómenos, vamos a tener una explicación perfectamente racional para ellos. Estoy seguro de que será más aburrido explicarlos que hablar de ellos en términos de anécdotas, como lo hacemos ahora.

¿Qué tanto ha cambiado su forma de hacer cine?
Bueno, hace 20 años era muy diferente. Creo que el común denominador es que si eres un cineasta latinoamericano puedes soñar con hacer algo y está permitido. En los años ochenta y noventa no tenías otro modelo distinto que el cine regional, pero ahora puedes ser un cineasta de Chile, de Argentina o de cualquier parte de Suramérica y decir: “Quiero hacer una película de acción y aventura de alto presupuesto… o de pequeño presupuesto”. No importa, todo está permitido.

Algo que parece no haber cambiado en su carrera es su amistad con Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón.
Pienso que la amistad sigue siendo la misma, sobre todo porque hemos cambiado y evolucionado como personas, aunque se ha mantenido la esencia. Lo más difícil de encontrar en este negocio es alguien que te diga la verdad, no por crueldad, sino por amor. Ellos son de esas personas que te dicen: “Oye, fórmate amigo”, “no leas tus propias entrevistas que de eso ya no aprendes”, “vuelve a caminar sobre tus pasos”… Cosas así. Alfonso y Alejandro fueron grandes catalizadores para que yo hiciera esta película. Ellos me dijeron que lo pensara bien porque veían varios cuestionamientos logísticos, pero fui e hice esta película. Era una elección insegura porque iba a invertir todo mi salario, más lo que pusieran los inversionistas. Fueron $19.5 millones, exactamente el mismo presupuesto que tuve hace 10 años para “El laberinto del fauno”, pero las ambiciones eran más grandes y el alcance también fue mucho más grande. Fue una elección muy difícil de hacer desde el exterior y una elección muy difícil de hacer aquí, con mis amigos al lado aconsejándome qué hacer y qué no. Eso es algo invalorable en una amistad.

No digo que con “La forma del agua” usted haya querido hacer una película con un mensaje, pero ¿qué quería decir con esta historia?
Bueno, mira, el mundo en el que vivimos ahora está completamente alimentado por el miedo. Y con el miedo viene el odio. Es muy simple: lo único que puede reducirnos y dividirnos es la ideología. Cuando se reduce a una persona completa con una sola palabra, ya sea refiriéndose a su raza, género, preferencia sexual, ideología política, lo que sea, esa persona se vuelve invisible y tú puedes maltratar y golpear, aislar, deportar, lo que sea. Esto sucede porque cuando destilas a una persona a una sola palabra, dejas de hacerlo singular y empiezas a estereotipar.

En esta película la idea de la criatura es que no sea un animal, que no sea una especie, sino un dios. Él es un dios elemental que viene del río y recuerda su propia esencia. Lo que es bello es increíblemente natural y bello, y la forma en que se enamoran los personajes también lo es, porque no hay ningún elemento lascivo o perverso en ese amor. Creo que hay más perversidad en un beso reprimido en una película victoriana que en un catálogo completo de posiciones entre personas que se aman, sin importar su filiación política, geográfica o sexual. “La forma del agua” dice lo mismo que Buda, Jesús y The Beatles: los tres estuvieron de acuerdo con que “Todo lo que necesitas es amor” [risas]. ¡Pero es muy difícil hablar de eso! Cuando estás enamorado, realmente enamorado, no necesitas nada más: no necesitas adulación y no necesitas un gran auto, no necesitas una gran casa, no necesitas nada. El amor es casi como un ungüento para las quemaduras del mundo en el que vivimos, que es increíblemente vulgar, rapaz y lleno de odio.

Lo que trato de hacer es algo así como un altar: los mexicanos somos conocidos por crear altares y en cada película que hago todos los cuadernos, los grandes y los pequeños, se convierten en altares. Intento hacer que se sientan vivos, llenarlos con los detalles que recopilo en el mundo y empiezo a pensar qué se vería genial en el centro del altar.

¿Cómo concibió la idea de la historia?
Bueno, comenzó cuando era un niño, como la mayoría de las cosas artísticas que suceden con cualquier persona, pero evolucionó y cambió. Lo primero que recuerdo es que cuando tenía seis años vi “La criatura de la laguna negra”: Julia Adams nadando y la criatura debajo de ella es una imagen hermosa, daba una sensación de casi mareo, como la que sienten quienes sufren el síndrome de Stendhal. Me sentí abrumado por la belleza de esa imagen y pensé: “Espero que permanezcan juntos”, pero en la mitad de la película me di cuenta de que la criatura es una víctima. A medida que crecía vi a las criaturas como símbolos muy espirituales, como la encarnación de la alteridad, casi perfectamente sagrados. Eso es lo que han sido mis películas. Ya lo he dicho antes: no hago cine de terror en sí, sino que hago un género muy extraño que es completamente mío; tomo imágenes de otros géneros, pero las articulo como cuentos de hadas o fábulas. Es un esfuerzo muy diferente. Transformar los íconos y los géneros… La alquimia de eso es lo que ha sido toda mi carrera.

Aunque no es para nada una película de hadas, o algo al estilo de “La bella y la bestia”, es muy emotiva.
Algo que no me gusta en “La bella y la bestia” es que en esa historia la belleza se pone en un pedestal de perfección, de pureza y de una especie de inocencia. ¡Es horrible porque es un lugar muy solitario! Si se exige la perfección y si se exige la transformación de la bestia, que tiene que convertirse en un príncipe para poder unirse plenamente con la belleza, no es una historia de amor. Creo que el amor es aceptación y comprensión, no transformación. Entonces tuve que tomar decisiones: la protagonista no podía ser una modelo de un comercial de perfumes, sino alguien que pudiera encontrar su belleza más luminosa y única… Una persona que podría estar sentada a tu lado en una parada de autobús. Así te enamorarías de ella de una manera similar a como sucede en la vida real.

La película es la suma de lo extraordinario y lo ordinario. ¡Puedes tener un dios del río Amazonas en tu bañera! [risas], puedes hacer el amor físico con este extraordinario ser divino y hablar con tus amigos al día siguiente mientras tomas un café. Lo cotidiano y lo extraordinario, de lado a lado, es algo extremadamente mexicano… De hecho es una especie de realismo mágico latinoamericano aumentado, pero es extremadamente mágico porque lo ordinario hace que lo extraordinario sea más precioso y lo extraordinario hace que la vida ordinaria sea soportable.

Escena de «El Laberinto del Fauno».

Habla sobre la magia que se presenta en la vida cotidiana. ¿Hay algo de su vida actual en esta película?
¡Si me pusiera a contarte todo lo que se me viene a la cabeza ahora sería muy aburrido porque mi voz pone a la gente a dormir! [risas]. En realidad mis películas siempre hacen parte de ese rompecabezas de la vida: todo está conectado a todo. Cuando quiero crear y observar algunas reflexiones sobre la vida, pienso que estamos en un mundo donde las emociones son vistas como una parte vulnerable de la gente. Tenemos mucho miedo de ser emocionales, especialmente en las redes sociales, y hemos creado un mundo en el que no nos gusta la vulnerabilidad. Creo que “La forma del agua” es una película sobre el poder de la vulnerabilidad y, al mismo tiempo, sobre la vulnerabilidad del poder.

¿Es también un reflejo de ser mexicano en Estados Unidos?
Algo así. Como inmigrante sé lo que es ser invisible porque te marcan o te califican de una u otra manera. Ese es un mensaje realmente importante en este momento. Comencé a desarrollar la película hace seis años y creo que hay un mensaje en la película que se debe a que soy un inmigrante. Si eres inmigrante lo sentiste y trataste de decir: “¡Por favor!, ¡esta idea de ‘nosotros’ y ‘ellos’ es tan errónea! ¡¿Por qué no podemos darnos cuenta de una vez por todas de que si somos todos no hay más ‘malditos’, no hay más ‘ellos’?!” Esto se aplica al género, a la sexualidad, a la religión, a la política, a lo que quieras. “La forma del agua” es también una película de aceptación y por eso creo que es necesaria, muy necesaria. Y, además, personalmente, también la encuentro increíblemente curativa.

Esta es una industria extraña, exige que seas tan duro como un boxeador y tan puro como un santo. Tienes que ser inocente y debes ser como un niño, pero al mismo tiempo tienes que tener algo de malvado para sobrevivir porque debes disputar dineros, egos y dificultades logísticas. Eso no va con todo el mundo, al menos no conmigo. Es por eso por lo que veo todas las mañanas una película antes de rodar.

Antes hablaba de esta mezcla de elementos oscuros enmarcados en imágenes muy bellas, que es característica en sus películas. ¿Es una forma de mantener vivo el miedo en su interior?
Es verdad eso de que trato de hacer hermosas películas de terror; aunque, recuerda, ¡no son del todo de terror! [risas]. Sucede que muchas veces las películas de ese género se hacen con el concepto de que tienen que ser baratas, y hacerse rápido en escenarios muy prosaicos, pero lo que amo de películas como “El orfanato” o “El espinazo del diablo” es que se puede crear una atmósfera espeluznantemente bella en el género de terror. Puedo ver eso en las películas que produzco y que he dirigido, trato de enmarcarlas bajo un valor de producción muy alto, donde se pueden apreciar sets elaborados y grandes, donde haya una fuerte dirección artística, una cinematografía muy bella y una musicalización pensada. Esos elementos son los que sellan las historias que quiero preservar. Y sobre preservar el miedo… No sé si lo veo de ese modo, pero, más bien, creo que las historias son fábulas que alimentan emociones en la imaginación. Yo ya no le tengo miedo a la oscuridad. Me asustan más la situación de la economía, los políticos corruptos, la situación política y social que vive el mundo actualmente…, pero no le tengo miedo a la oscuridad.

Guillermo del Toro, ganador de dos premios de la Academia, uno por mejor director y el otro por mejor película «La Forma del Agua».

¿Cómo podría definir su experiencia personal con el cine?
Bueno, es una relación muy personal. No sé si te ha pasado, pero las películas me han salvado la vida varias veces. He estado superdeprimido y preguntándome: “¿Qué hago aquí?”; entonces veo una película que me obliga a cambiar el punto de vista de mis pensamientos y encuentro motivos para seguir. Y no estoy hablando de películas importantes, ¡a veces una comedia tonta un domingo te salva la vida! Pero lo que creo que es realmente importante –y por esa razón “La forma del agua” es una carta de amor al cine– es por una cuestión de escala. Mira, déjame ponerlo de esta manera: me encantan las series de televisión. Las amo porque obtienes un arco dramático más completo que en las películas, sin duda: tienes siete, ocho, 10 meses para desarrollar un retrato más detallado de un personaje. Pero en una serie no generas imágenes de tamaño mítico, para eso está el cine.

En el cine generas imágenes que se convierten en íconos que no se olvidan, que son poderosos, que se vuelven leyendas. Me encantó ver series de televisión como “Los Soprano” y “Deadwood”, pero no puedo citar más de tres imágenes. En cambio puedo dibujar perfectamente la composición de los dos ascensores en “El resplandor”, de Kubrick, y la sangre que brota de ellos; o las imágenes de 2001: “Odisea del espacio” y recordar la lente y la composición, todo. “La forma del agua” trata de tener esa belleza elevada que tiene el cine, porque es algo importante para mí. Es importante experimentar el cine durante todo el tiempo que podamos. Y creo también que es importante hablar del cine en estos términos. Además, para mí, el cine se ha convertido en un fluido vital.

De todas las películas que ha realizado, ¿cuáles son las que tiene más cercanas a su corazón?
¡Eso es preguntar cuál es tu hijo favorito! Pero bueno, ahí te va: “La forma del agua”. Luego vienen “El espinazo del diablo” y “El laberinto del fauno”, y después “Crimson Peak”, “Pacific Rim” y “Hellboy 2”.

¿Cuál es la razón de ese orden?
Bueno, es el orden que tienen según mi experiencia traumática con ellas. Es lo que has sufrido, ya sea rodándolas, editándolas o dirigiéndolas. No importa lo complicadas que puedan ser, uno las ama de todas maneras. Y, al final, el resultado de verlas nacer, crecer y volverse una entidad propia, con personalidad propia, es muy importante. Pero realmente no puedo decir que haya una favorita sobre otra, es más un orden de cuánto de mis sentimientos tuve que invertir en ellas.

Usted tiene dos hijas. ¿Han visto todas sus películas?
La mayoría, pero no todas. Lo que sucede es que han crecido en un hogar lleno de monstruos. Han visto monstruos por todas partes, desde sus habitaciones hasta la sala de la casa. ¡Somos como una familia Adams en ese aspecto! A Marisa, mi hija menor, no le gustan mucho las películas de miedo, se inclina más por las de acción y los cómics, entonces le gustan al estilo de “Hellboy”. Mariana, la mayor, es definitivamente mucho más parecida a mí, le fascinan las historias oscuras y las películas de terror en general.

¿Cómo es un día de trabajo suyo?
Soy una persona muy madrugadora, lo cual es extraño para alguien que se siente tan cercano a la oscuridad de la noche [risas]. Trato de no trabajar de noche y en realidad duermo muy poco, me levanto supertemprano y me voy a la cama a eso de la medianoche. Leo de dos a tres libros y veo de siete a nueve películas por semana. Trato de mantenerme culturalmente vivo, culturalmente curioso, entonces me puedes encontrar en museos y librerías. Trabajo todo el día, todos los días. Soy como una urraca que busca detalles de la vida e imágenes que almaceno en un cuaderno. Escribo y dibujo en esos cuadernos, que puedes consultar en internet. Lo que trato de hacer es algo así como un altar: los mexicanos somos conocidos por crear altares y en cada película que hago todos los cuadernos, los grandes y los pequeños, se convierten en altares. Intento hacer que se sientan vivos, llenarlos con los detalles que recopilo en el mundo y empiezo a pensar qué se vería genial en el centro del altar. Y cuando estoy produciendo una película miro una película antes de ir a filmar y llego una hora antes de que llegue cualquier otra persona; bloqueo la escena y ensayo con los actores antes y cuando entran. Les digo que recuerden de lo que hablamos y si traen otra idea, la escucho.

Resulta extraño ver siempre una película antes de ir a trabajar…
Eso se debe a que soy increíblemente misantrópico: no veo a la gente en reuniones, vivo en el valle de San Fernando –que es en las afueras de la ciudad–, no suelo estar en Hollywood y no voy a fiestas. Nunca socializo. Mi tiempo lo gasto con un círculo muy pequeño de amigos, familia, o simplemente leyendo y observando el mundo. Eso es lo que mantiene tu esencia intacta. Si te vuelves parte del negocio, es realmente difícil mantener intacta esa pureza; comienzas a ser corrompido por ambiciones de poder y cuanto más piensas sobre esas cosas, más pequeño se vuelve tu núcleo, se derrite como el hielo y luego desaparece. Esta es una industria extraña, exige que seas tan duro como un boxeador y tan puro como un santo. Tienes que ser inocente y debes ser como un niño, pero al mismo tiempo tienes que tener algo de malvado para sobrevivir porque debes disputar dineros, egos y dificultades logísticas. Eso no va con todo el mundo, al menos no conmigo. Es por eso por lo que veo todas las mañanas una película antes de rodar. Todas las mañanas necesito tener un momento de comunión con el cine para recordarme que no estoy haciendo una película por el poder, ni por hacerme famoso, ni por llenarme los bolsillos de dinero. Lo que yo hago, lo hago por esto: por ese hermoso momento con “Buster” Keaton, por ese hermoso momento con Peckinpah o con Kubrick, por ese hermoso momento que me hace vibrar de emoción y que me da la alegría de seguir viviendo. Esa alegría es sentir la pasión por crear y recrear historias para poderlas ver en una pantalla grande, en la penumbra que ilumina la imaginación. Eso, mi amigo, es la razón por la que siempre intento tener una comunión con el cine.

Escena de La Forma del Agua.
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