Meridiano 89 oeste

El mercado de la memoria

Podría ser que, como me comentaba un amigo periodista cuando le hice esa pregunta, es más fácil que Romero se haya vuelto icónico por ser un solo individuo y no un grupo.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

En cualquier tienda de regalos de El Salvador se puede conseguir un llavero o una camiseta con la imagen de Monseñor Romero. El recuerdo de una experiencia traumática hecho souvenir. Como para pegar en la nevera. La memoria se comparte, pero también se mercadea. Una parte de la crítica señala la posibilidad que la memoria hecha mercancía tenga muy poco que ver con la memoria real y con un conocimiento serio del pasado. De todos modos y por bien o por mal, la figura de Romero ha llegado a ser icónica. Su imagen ha trascendido los parámetros del contexto histórico en que vivió para cobrar una nueva vida como un símbolo que comunica no solo la historia, sino conceptos abstractos sobre la política y la sociedad actual.

Al mismo tiempo hay otras memorias que casi no se reproducen. En una visita hace poco al Centro Monseñor Romero de la UCA, por ejemplo, se vendían camisetas y tazas estampadas con la imagen de Romero y hasta marcadores de libro con la imagen de Ernesto “Che” Guevara, pero no había mercancía con la imagen de los jesuitas de la UCA. Me quedé con esta inquietud sobre la representación de la memoria; qué hace que la memoria de Romero tenga una vida palpable en el presente mientras que la de los jesuitas de la UCA, Elba y Celina no se representa de la misma forma. Claro está que la masacre de los jesuitas de la UCA figura en la memoria popular y que fue históricamente trascendental en el sentido que tuvo un impacto determinante en intensificar el proceso de paz; entonces, por qué ha sido, en gran parte, excluida del imaginario político y público.

Podría ser que, como me comentaba un amigo periodista cuando le hice esa pregunta, es más fácil que Romero se haya vuelto icónico por ser un solo individuo y no un grupo. Pero esa explicación no me termina de convencer porque noto un programa más estratégico que impulsa la memoria en El Salvador. Hemos visto un esfuerzo consciente del FMLN para establecer una conexión metafórica entre el Romero de los setenta y ochenta con el programa político actual de la izquierda. Entre 2009 y 2014, por ejemplo, se cambió el nombre del aeropuerto internacional a Monseñor Óscar Arnulfo Romero, se patrocinó arte “oficial” como el “Romero” del pintor Rafael Varela colocado en Casa Presidencial y se lanzó una campaña de publicidad que declaraba que el FMLN caminaba “por el rumbo señalado por Monseñor Romero”.

Cabe recordar que el FMLN actual ha buscado cultivar una imagen de partido con base en la movilización de las masas de trabajadores y campesinos y que la historia de los jesuitas de la UCA tiene más que ver con otra faceta del FMLN de base en la pequeña clase media en grupos estudiantiles. Estas reflexiones sobre la memoria me llevan a preguntar hasta qué punto los trabajos de la memoria y del olvido no son parte de la invención de una identidad nueva de la izquierda salvadoreña de posguerra. Quizás el énfasis en Romero en comparación con el caso de los jesuitas de la UCA y el mercado de la memoria revela no tanto un deseo de querer recuperar el pasado, sino de cultivar una identidad y una imagen de partido.

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