Meridiano 89 oeste

El arte de robar libros

Vi que los libros más robados son los de Charles Bukowski y de William Burroughs, y que muchas veces las librerías ponen estos textos detrás del mostrador para desanimar a los ladrones.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

Hay quien se apropia de los libros para venderlos, hay quien lo hace por el placer de tener bibliotecas cada vez más completas y está quien se adentra en el crimen para poder leer. En mi caso fue por la condición material de no estar en el país y por vivir, una gran parte del tiempo, fuera. Se trataba de dos libros, uno de la autoría de Ricardo Lindo sobre la pintura en El Salvador y, el otro, un catálogo de una exposición de Antonio Bonilla. Hace un tiempo, el dueño de los libros me concedió una entrevista y, antes de salir, recuerdo pagarle algo de dinero por su tiempo y que me prestó los dos libros.

Las primeras dos veces que me escribió por Facebook pidiendo el regreso de sus libros, le respondí que la próxima vez que llegara al país me los traía conmigo. Quizás tiene algún dato que quiera revisar en uno de los libros pensé, y por eso le urge tenerlos. Ya para la última vez que se comunicó conmigo, hace un par de semanas, el tono de sus mensajes se había deteriorado con brusquedad, como el clima agresivo donde vivo. Me advirtió: «Luego escribiré estados en mi muro (me siento puro marero extorsionando por algo que es mío)». Como no le podía cumplir, pensé en las cosas que él publicaría en su muro: «Denuncio a Évelyn Galindo, ladrona de libros». No estaba tan mal; o quizás, no era yo la única. Quizás formaría parte de un elenco de gente que le habían ido desvalijando poco a poco los estantes. De todos modos, y pusiera lo que pusiera en su muro, le tuve que responder lo mismo, que hasta no estar de nuevo en el país, me era imposible cumplir con su demanda. Y así fue que, sin querer, me convertí en ladrona de libros.

La situación me hizo pensar en la novela «Los detectives salvajes», del escritor chileno Roberto Bolaño. Ahí, uno de los narradores de la historia, el joven García Madero, se deja caer en un abismo de mala conducta; entra a las librerías a robar libros de autores como Roque Dalton, Lezama Lima y Jorge Luis Borges, entre muchos otros. En su caso lo hace principalmente por anárquico y por el gusto de tener una biblioteca cada vez más amplia. Me fui dando cuenta al buscar un poco por internet que hay cierta cultura de robar libros. Vi que los libros más robados son los de Charles Bukowski y de William Burroughs, y que muchas veces las librerías ponen estos textos detrás del mostrador para desanimar a los ladrones. En una entrevista, Bolaño reconoció que, siendo joven, robó libros por los mismos motivos que García Madero: «Yo veía cómo mis amigos robaban libros y sus bibliotecas iban creciendo, menos la mía. Entonces me decidí a entrar en el gremio de los ladrones». Bolaño agrega: «Yo creo que es algo que todos los jóvenes hacen y me parece, además, buenísimo que lo hagan. Robar libros no es un delito».

Quizás el señor de los libros se veía víctima de un tipo como García Madero, un vagabundo, vanguardista que vulneraba los límites establecidos por la sociedad. Quizás por eso, su reacción tan molesta. Mentiría si no confieso que me pareció algo romántica la acusación de roba-libros. Y sin embargo, fui a buscarlos en el estante y los coloqué en una mesa cerca de la puerta principal para no olvidar de llevarle los libros en la próxima oportunidad. Para mí, apropiarme de los textos prestados no es que sea un delito, pero si una carga de conciencia que no me interesa asumir solo por guardar un par de libros más en el estante.

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