Meridiano 89 oeste

Disneylandia

En mis últimos viajes a El Salvador los encargos más frecuentes de Estados Unidos han sido juguetes de LEGO Ninjago, animales de peluche Peppa Pig y las figurinas de las películas más recientes de “Star Wars”.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

Los que vamos y venimos entre países nos convertimos muchas veces en mulas culturales. Traficamos pequeñas cantidades de mercancía a través de las fronteras nacionales y al llegar nos reembolsan el precio de compraventa. Lo que transportamos no es contrabando por decir, pero sí que son artefactos culturales difíciles de conseguir en el mercado local respectivo. Mis amistades centroamericanas que viven fuera, hambrientas de memoria, casi siempre piden uno de tres artefactos nostálgicos: café, pupusas o Petacones. En mis últimos viajes a El Salvador, los encargos más frecuentes de Estados Unidos han sido juguetes de LEGO Ninjago, animales de peluche Peppa Pig y las figurinas de las películas más recientes de “Star Wars”. De vez en cuando hay encargos de tabaco, piezas de carro o libros, pero una gran parte de lo que llevo son objetos relacionados con un mundo de fantasía global que se exporta en el cine, en internet y en la televisión. Este mundo de fantasía se presenta como algo completamente bueno y justo, repleto de héroes valientes, personajes virtuosos y muñequitos cariñosos; y no es solo eso, sino que hay la percepción de que este mundo es parte de una cultura global superior a la cultura local, más moderna y dinámica. La realidad es que es un monopolio agresivo cultural que oculta una terrible realidad económica de relaciones de poder entre culturas y países.

Digo “agresivo” porque los tiempos han cambiado y ahora el flujo de imágenes es mucho más rápido e invasivo que antes. En el tiempo de la guerra, por ejemplo, cuando venía a El Salvador se cortaba la comunicación con Estados Unidos. No volvía a saber nada de nadie de allá ni por cartas, hasta regresar a Miami. Las llamadas por teléfono eran carísimas y había pocos canales de televisión. Recuerdo que cerca de donde vivía por lo menos había un Mr. Movie que se especializaba en el alquiler de películas VHS. La mayor parte de la colección ahí era películas gringas pirateadas y casi siempre venían con fallos; bandas horizontales en la pantalla, cortes bruscos entre escenas o problemas de sonido. Si querías ver “Dirty Dancing” y el baile caliente de Patrick Swayze y Jennifer Gray aceptabas que las imágenes llegaban a través del filtro absoluto de la cultura salvadoreña.

Hoy en día el filtro cultural se ha vuelto mucho más poroso y somos un público que recibe imágenes de la cultura global en los celulares y en las computadoras personales como si fueran inyecciones directas en las venas del subconsciente. Las imágenes nos llevan casi directamente de la cuna al consumo de una cultura global bastante exclusiva. Para dar un ejemplo concreto, un juguete LEGO BB-8 que en Estados Unidos ya es caro ($99.90 en varios almacenes) en El Salvador se consigue en los almacenes por casi el doble de este precio. Pero hay que agregar a esto la realidad, que el salario mínimo en El Salvador es mucho más bajo que en Estados Unidos, y uno empieza a entender que la compra de un juguete LEGO en Estados Unidos se traduce de una manera ilógica, incoherente y absurda en el contexto económico de El Salvador.

Claro que hay gente que compra los productos a pesar de los precios exorbitantes, pero la mayor parte de la gente consigue participar en el consumo de la cultura global de otras maneras. Si no hay pariente u otro conocido para encargar la mercancía de fuera hay Variedades Génesis, OLX.com y Dollar City que han emergido en la posguerra como parte de una economía que parece partir de las premisas fundamentales de escasez y desigualdad. Más dañino que los aspectos económicos nefastos está el hecho de que la cultura global depende del enajenamiento del sujeto de sí mismo y de su propia cultura. La identificación con imágenes globales nos ha dejado con una diáspora interna siempre con la mira fuera o en irse para poder acercarse a una cultura prepotente; ya no es solo el deseo de participar en el “sueño americano” sino querer formar parte de una fantasía de cultura global, una Disneylandia trágica

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