“La utilización de hormonas de reemplazo del otro sexo, con o sin gonadectomía –extirpación de ovarios o testículos–, podría ocasionar desequilibrios endocrinos generales, por lo que se debe indagar la existencia de enfermedades tiroideas y explorar apropiadamente”, se lee en los lineamientos.
Xavier Hernández sostiene que como hombres trans su salud está “a merced de lo que puedan dar las ONG, cuando el deber del Estado es preservar y promover la salud de todos los ciudadanos. Somos fuerza laboral, pagamos impuestos. ¿Por qué si yo hago lo que cualquier otro transeúnte se me va a negar a mí el derecho a la salud?”, se pregunta.
Sebastián Cerritos estaba nervioso. Era el primer día de clases de su segundo año en la Universidad Don Bosco. El maestro había organizado una dinámica para memorizar los nombres de los estudiantes. Todos tenían que repetir el nombre de todos. Él estaba asustado. Llegó su turno. Y aunque el año anterior todos lo conocieron por su nombre de mujer, esta vez dijo “soy Sebastián”. Silencio en el aula. Algo no cuadraba.
Llegó el turno de otra compañera de clases. Como parte de la dinámica, esa chica debía presentar a los que hablaron antes que ella.
—Ella es Sebastián –mencionó la estudiante.
—Él –recalcó el chico trans, por si quedaba alguna duda.
—Bueno, él es Sebastián.
Sebastián se identificó como niño desde temprana edad. Recuerda que buscaba excusas para vestirse con la ropa de su hermano pero no entendía por qué se sentía mejor así. En 2010 buscó en internet por qué se sentía como hombre y encontró relatos de otros hombres trans y dijo “sí, esto soy”.
Ese mismo año le dio la noticia a su mamá y papá, pero ellos no comprendían del todo qué pasaba. “Ese mismo año dejé la universidad”, cuenta. “Llegó un punto a finales de 2011 en el que sentí que no podía ser quien realmente era. Pensé que ya era suficiente sufrimiento para mí”.
Sebastián había leído sobre una playa hermosa en oriente y decidió que la conocería y luego se ahogaría en ella. Tomó el poco dinero que tenía y le robó un par de dólares a su hermano. Con eso juntó $8. El pasaje hasta San Miguel le costó $5. Huyó. Durante cinco días caminó entre la tristeza, perdido, buscando una playa sin la seguridad de querer encontrarla.
Durante esos días durmió en la calle. Una noche mientras caminaba unos soldados lo alertaron: “Si seguís caminando por ahí, te van a matar o violar. Y ahí ya no respondemos”.
La idea de la muerte perdió todo su encanto cuando se convirtió en una amenaza real. Se arrepintió. En su casa al menos tenía su cama y comida. No tenía dinero para pagar el bus de regreso a la capital ni cómo comunicarse con su familia. Un camión de donas que se dirigía hacia San Salvador le dio aventón.
Su familia comprendió la crisis por la que pasaba. Volvió a su casa y empezó un proceso de terapia de remplazo hormonal en el que se inyecta testosterona y se mantiene en control con el médico de ASTRANS.
De su pasado como mujer solo quedan los agujeros de aretes en sus orejas y su nombre.
En todas las clases logró que su nombre social fuera el que apareciera en las listas de asistencia y cuando se graduó, a pesar de que en su título aparece el nombre de mujer, fue llamado a recibirlo como Sebastián Cerritos.
Durante los últimos años los colectivos trans presionan al Estado para la aprobación de una ley de identidad de género que les permita llamarse legalmente con su nombre social aunque este no sea coherente con el sexo asignado al nacer.
La iniciativa parece no tener eco legislativamente. Las personas trans aseguran que si pudieran cambiarse el nombre, el estigma alrededor de su condición se reduciría y sería más difícil que los señalen como “enfermos”, pues su identidad legal se correspondería con la social.
Sebastián cree que el cambio de nombre le permitiría hacer cosas tan simples como hacer transacciones bancarias por teléfono. Por su proceso hormonal, Sebastián tiene una voz ronca y cuando quiere realizar algún trámite, su voz masculina no se corresponde con el nombre femenino que aparece en los documentos.
La Corte Suprema de Justicia dio un paso a medias hacia la legalización del nombre social de las personas trans el 16 de febrero de 2017. En una sentencia, la Corte Plena autorizó que una persona que había nacido como hombre en El Salvador y que, en Estados Unidos se había realizado una operación de cambio de sexo y había logrado modificar su nombre en ese país, pudiera optar a tener un nombre femenino en sus documentos salvadoreños.
“Esta Corte considera que, en la medida en que el nombre es un derecho fundamental, negar la homologación de la sentencia (estadounidense) en análisis significaría desconocer el referido derecho y, por consiguiente, la prohibición de negar al interesado que adopte, conforme a su voluntad y autonomía, el nombre con el que pretende ser conocido”, se lee en el documento.
Aunque la mujer trans a la que hace referencia la sentencia logró cambiar su nombre hacia uno femenino, la Corte no se pronunció sobre el cambio de género en su documentación. En su Documento Único de Identidad aparecerá con un nombre de mujer y con género masculino.
El nombre que le fue asignado a Sebastián al nacer no lo representa. En cambio, sí porta con orgullo el que eligió para llamarse a sí mismo. Mientras estaba deprimido, solo las melodías del músico clásico Sebastian Bach lo calmaban. Esa es la única identidad con la que se reconoce y quiere que sus documentos lo sostengan así. “Sin esa ley no existo”, dice.
“No puedo hablar de un país democrático y en Estado de Derecho si no se puede garantizar la igualdad de derechos de los ciudadanos”, pronuncia Cruz Torres desde su oficina en la Secretaría de Inclusión Social.
Por ello, los colectivos trans interpelan de manera directa a las instituciones que podrían solucionar sus demandas. Este 17 de mayo, la Corte Suprema de Justicia y la Asamblea Legislativa han cerrado sus portones y redoblado su seguridad cuando la marcha del Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia se acerca a sus edificios.
Los colectivos trans han caminado hasta aquí durante una hora bajo el sol de mediodía. Cuando pasan frente a la Corte, las organizadoras gritan a través de los micrófonos: “¿Cuántas muertes más tenemos que contar para que se nos garanticen nuestros derechos?”
Los colectivos marchan exigiendo una ley de identidad que les permita existir dentro de un marco jurídico regulado. Mientras dos empleadas de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos observan, un vigilante de la Asamblea Legislativa revisa uno por uno los bolsos de las personas que caminan hacia el portón de entrada del Palacio Legislativo.
A unos metros de distancia, Farid, Sebastián y Álex esperan su turno para entrar. “Estos venían halados”, dice el agente del CAM que fue agredido hace dos años por la PNC. La marcha ha durado una hora a paso rápido. Después de haber caminado sin esconderse, con pancarta de su colectivo en mano derecha, limpia el sudor de su frente y observa desafiante al edificio de la Corte. Por unos altavoces, las organizadoras del evento gritan una petición: “Este es momento de dejar los discursos y tomar acciones porque los derechos de las personas trans no son negociables”. Ningún político salió a recibir a los delegados de la marcha.