Árbol de fuego

De cuarta categoría

Esa es la educación a la que tienen acceso los más pobres. Funcionan con lo mínimo o menos. Muchos niños llegan seducidos por el refrigerio que brindan.

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Periodista y comunicador institucional

Explicar el valor del dinero a un niño de cuatro años puede ser complicado. Hace poco, viendo televisión con mi hijo de esa edad me preguntó por qué no compraba un pick up como los últimos modelos que salen en los anuncios. Le respondí que no tenía el dinero para comprarlo.

Fue lo primero que pude pensar y me faltó decirle que tampoco lo necesitaba. Él se fue corriendo a su cuarto. Oía que hurgaba en su mochila de los minions y regresó tan rápido como se había ido. Me dio una moneda de $0.05 que encontró tirada en el kínder. “Aquí tengo dinero, papá, es tuyo para que compres un pick up”, me dijo, convencido. “Anda, apurate”, agregó. Desde entonces ha inundado nuestras conversaciones con preguntas como: “¿Qué es un dueño?” “¿Cuánto vale eso?” “¿Qué es valor?” Las repite cada vez que puede y en momentos inesperados.

Aún no ha llegado a cuestionar cómo alguien puede morir de una enfermedad si hay tratamientos para combatirla pero no los puede pagar, o por qué hay desnutrición en países donde no hay problemas de escasez de alimentos y los anaqueles de las tiendas rebosan de comida. Tampoco me emociona explicarle que muchos determinan el valor de una persona por cuánto dinero acumula en su cuenta bancaria. O que la manera en cómo se invierte el dinero representa las prioridades que un individuo o institución posee. En qué gastar –lo mucho o lo poco que se tiene– puede decir más sobre nosotros que cualquier discurso. Aquellos objetos, experiencias o personas por quienes invertimos el dinero que, en la mayoría de los casos, tanto cuesta ganar. Igual pasa con los gobiernos y quienes los presiden. Su gasto infiere mucho de sus prioridades.

Ese es el caso salvadoreño. El Ministerio de Hacienda ya presentó el presupuesto para 2018, y de entrada saltó a la vista el gasto orientado a Educación. Una cantidad casi igual a la del año en curso y aún lejos de la promesa de la administración Sánchez Cerén de llegar a invertir el 6 % del Producto Interno Bruto (PIB) en esa cartera de Estado. Es un pírrico aumento de $5 millones (de $925 millones a $930 millones) que no está acorde, en lo más mínimo, a las grandes necesidades que se viven en el campo educativo, donde se tienen escuelas con baja calidad educativa, baños en mal estado, techos destruidos, áreas de recreo en deterioro, entre otras. Hace unos años, un estudio de ICEFI y Plan Internacional señaló que El Salvador invertía apenas $1.55 al día en sus niños, mientras que en Costa Rica –que tampoco es una utopía– la inversión era de $4.91. Con el agravante que cada año El Salvador aumentaba menos de $0.20 esa inversión por cada niño.

La crisis en las finanzas públicas no es excusa cuando el mismo ministro de Hacienda ha dicho que hay órganos del Estado con presupuestos “sobrados”, como la Corte Suprema de Justicia (CSJ) o la Asamblea Legislativa, que se recetó $3.4 millones en aumento de salarios para 2018. En los momentos de crisis quedan marcadas las prioridades de cada quien. No deja de ser icónico que en una ciudad como Santa Tecla se haya construido un imponente Centro Judicial Integrado mientras el Centro Escolar Daniel Hernández, en pleno centro de la ciudad, se cae a pedazos. Según una cifra que se barajó en el Consejo Nacional de Educación (CONED), que elaboró una propuesta que fue entregada al presidente de la república, se necesitan alrededor de $12,500 millones en 10 años para que la educación en el país sea de primer mundo. Algo descabellado de invertir en ciudadanos –nuestros niños– que, al parecer, son considerados de cuarta categoría.

Hace unos años escribí un reportaje del funcionamiento de las escuelas “unidocentes” en El Salvador, escuelas en los caseríos más perdidos del país en donde un profesor imparte lecciones a varios grados de manera simultánea. Esa es la educación a la que tienen acceso los más pobres. Funcionan con lo mínimo o menos. Muchos niños llegan seducidos por el refrigerio que brindan. En uno en particular, el Centro Escolar La Montaña, de Tacuba, se quedaban días sin su ración de alimentos por retrasos de las autoridades. Días después, un profesor me decía que siempre habría una explicación de parte del Gobierno: que antes estaban mucho peor, que poco a poco se va superando la brecha, que se ha mejorado. Sin embargo, cuántos funcionarios mandan a sus hijos a las escuelas, cuántos sufren porque sus hijos no estén en un lugar adecuado para aprender o que el centro escolar se quede sin agua potable. A ellos no les afecta, por eso no les importa. Sencillamente no son prioridad.

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