Gabinete Caligari

Cultura sí, censura no

Un concierto de música no supone una incitación intrínseca a la violencia y al desorden público. Más violentos se ponen nuestros partidos de fútbol.

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A finales de septiembre pasado, la Asamblea Legislativa emitió un recomendable al Ministerio de Gobernación para que, a través de la Dirección de Medios y Espectáculos Públicos, se negara autorización para la realización de un concierto del grupo sueco Marduk.

Entre los argumentos esgrimidos por los diputados se consideró que el contenido de las canciones y la propaganda visual del grupo de black metal eran “lesivos al honor de nuestros compatriotas, agrediendo los principios, valores y las creencias de los salvadoreños”.

Black Moon Shows, la productora encargada del concierto, aseguró que la banda se presentaría pese a todo. Cuando los fanáticos llegaron al concierto, se les informó que Marduk no tocaría debido a la enfermedad de uno de sus miembros. Al día siguiente, en la página oficial del grupo en Facebook, los músicos dijeron que ninguno de ellos estuvo enfermo, que el grupo estaba presente y listo para su presentación, pero el “gobierno corrupto” se los impidió.

La gira actual de Marduk generó reacciones similares en otros lugares de Latinoamérica. El Congreso guatemalteco le prohibió la entrada a aquel país. En Colombia, el concierto que tenían programado realizar en Bogotá fue cancelado por las autoridades municipales y trasladado a otra ciudad. En Chile, Ecuador, Panamá, Costa Rica y México hubo iniciativas similares desde instancias gubernamentales pero también desde el seno de grupos religiosos, que comenzaron a circular peticiones de firmas, pidiendo se prohibieran los conciertos.

Un par de días después de generada la recomendación de la Asamblea, Arístides Valencia, ministro de Gobernación, presentó ante la misma el nuevo reglamento de espectáculos públicos. Sobre el tema, la jefa de la fracción del FMLN, diputada Nidia Díaz, expresó ante la prensa que con dicha reglamentación se busca regular la programación que se transmite en los medios nacionales, “incluyendo televisión por cable y Netflix”, ya que los contenidos violentos de algunas películas o series, como las de narcotráfico, pueden “promover la violencia entre nuestra juventud”.
En esos días se dio otro incidente que llama la atención. Un paquete con 20 ejemplares del libro “El niño de Hollywood” (una investigación periodística realizada por los hermanos Óscar y Juan José Martínez, sobre la vida de un pandillero de la Mara Salvatrucha 13) fue retenido en la aduana del aeropuerto de San Luis Talpa, por considerar que el libro tenía “contenido pernicioso”, según palabras textuales del funcionario que tomó la decisión.

Estas situaciones son todas preocupantes. Aunque las autoridades han insistido en que no se trata de censura, la reiteración de “velar por la moral y el orden público” mediante la limitación de nuestro acceso a productos culturales diversos es una pretensión arrogante y peligrosa.

Los gustos musicales, culturales o de entretenimiento de la población son un asunto de la esfera privada de las personas. Cuando un gobierno adopta acciones disfrazadas con un lenguaje condescendiente que pretende velar por nuestro bienestar moral, se entromete en ese ámbito privado. Reglamentar los contenidos que podemos ver y escuchar, seleccionando los que supone son convenientes para el bien común, es una forma de manipulación ideológica y de censura.

Que los contenidos de las letras del grupo Marduk resulten ofensivas para algunos creyentes religiosos es normal. Hay muchas manifestaciones artísticas y culturales que nos pueden causar rechazo y hacernos sentir insultados, de una manera u otra. Pero impedir que la ciudadanía tenga acceso a contenidos culturales polémicos o incómodos agrede la libertad de pensamiento y de automanifestación.

El arte y la cultura siempre son las primeras violentadas por gobiernos y políticos que pretenden controlar y manipular el pensamiento, el discurso y hasta los gustos de la ciudadanía. El arte, en todas sus variadas y complejas manifestaciones, representa los espacios de libertad plena del ser humano, el reflejo de nuestras verdades subjetivas, las que no nos atrevemos o podemos plantear, compartir o representar si no es a través de algún filtro o disfraz. Esa es una de las tantas funciones del arte.

Un concierto de música no supone una incitación intrínseca a la violencia y al desorden público. Más violentos se ponen nuestros partidos de fútbol. Marduk ya se había presentado en el Gimnasio Nacional en 2005, con la única limitante de que el ingreso fue para mayores de 18 años. No hubo hordas de muchachitos ingenuos convertidos de inmediato al satanismo o a las pandillas por asistir a aquel concierto. No hubo consecuencias que lamentar ni supuso un aumento visible en los hechos de violencia a escala nacional.

La construcción de valores morales y espirituales es un asunto que se origina en la familia y cuya opción final radica en el individuo mismo. Ni el Gobierno, ni el Estado laico en el que se supone vivimos, ni ningún político deben o pueden imponer códigos de moralidad y conducta colectiva. Dicha preocupación por nuestros valores sería más creíble si los políticos dieran el ejemplo a través de su conducta, honradez e integridad personales. Pero si no pregonan con el ejemplo, ¿por qué o cómo se sienten con la solvencia de proteger la moralidad de la ciudadanía?
Si al Gobierno tanto le preocupan nuestros valores personales, debería emprender una reforma educativa profunda que permita la formación de una ciudadanía pensante, que tenga el criterio propio para decidir si exponerse ante cualquier tipo de contenidos culturales afectará su moral o insultará sus creencias. Así, educando para formar ciudadanos con criterio propio y de moral sólida, no habrá que preocuparse de que alguien vaya a convertirse al satanismo solo por ir a un concierto o a robarse millones de dólares solo porque llegó a la silla presidencial.

No se puede uniformar ni imponer la virtud a un país a través de prohibiciones que impidan el libre acceso a productos culturales incómodos. Nosotros, como ciudadanía, debemos estar expectantes y no dejarlo pasar. Hoy se comienza con la prohibición de un concierto de black metal, mañana censurarán nuestras lecturas y nuestro acceso a internet, pasado mañana nos matarán por escribir o decir verdades.

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