Escribiviendo

Centroamérica de silencio profundo

En la actualidad el silencio histórico solo es roto por Costa Rica y Nicaragua; sin embargo, encontré en El Salvador dos libros de esa gesta libertaria.

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Los últimos acontecimientos de nuestra región, relacionados con los emigrantes indocumentados, nos traen a la mente tantas historias ocultas o silenciadas. Gritarla es una deuda de quienes estamos obligados a reconocer nuestras señales de identidad; apropiarnos de actitudes constructivas y destructivas para emularlas y superarlas. De esos desconocimientos debo citar las invasiones directas que sufrieron dos países centroamericanos por un grupo de invasores que se hizo llamar Falange Americana. Ya hemos hablado del jefe, William Walker. Se hizo nombrar presidente de ese país, pese a no manejar una pizca de castellano. Con ese poder quiso continuar la invasión en Costa Rica, organizando un cuerpo de internacionalistas aventureros, europeos y estadounidenses. Fueron derrotados en la batalla de Santa Rosa (marzo, 1856).

Años antes México había perdido la mitad de su territorio (1841). Fue en la época del Destino Manifiesto, expresada en la frase “América para los americanos”, este último concepto se entiende como Estados Unidos. Una década después se dio la Guerra Civil entre supremacistas del Sur, partidarios de la esclavitud, y los abolicionistas en el Norte, que resultaron victoriosos. La idea de la supremacía blanca, como lo dice Walker en su diario de guerra, era poblar Centroamérica de dos razas puras, los esclavos negros y sus propietarios blancos. La idea providencial de Walker terminó con su derrota propinada por los ejércitos aliados centroamericanos, en la ciudad nicaragüense de Rivas (1857).

Esta guerra produjo miles de pérdidas en vidas centroamericanas debido a la superioridad técnica militar y armas modernas usadas por los mercenarios, se agregaron las enfermedades, entre otras el cólera morbus. Pese a todas esas desventajas los esclavistas resultaron vencidos.

Los que aún tenían fresca en la memoria esta lucha emprendieron en la primera mitad del siglo XX varias iniciativas integracionistas; el más denodado y ahora en el olvido fue Salvador Mendieta, nicaragüense, considerado un apóstol de la unión centroamericana “con una percepción ístmica de Centroamérica como totalidad histórica” (Margarita Silva, Universidad Nacional, Costa Rica). Aunque siempre estuvo rodeado de detractores, pero también de simpatizantes. Incluso Mendieta fundó un partido unionista, a cuyos integrantes se les tomó como “románticos”. Esos bastó para silenciar su sueño.

Sin embargo, esa cadena de esfuerzos en el tiempo repercutió en la segunda mitad del siglo XX con políticas públicas de integración con resultados concretos, algunos para bien y otros para mal. Uno de esos resultados fue el Mercado Común Centroamericano, roto dramáticamente después de la guerra entre El Salvador y Honduras. También se formó la tristemente célebre Organización de Estados Centroamericanos (ODECA), que con su área prioritaria denominada Consejo de Defensa Centroamericana (CONDECA) fue un organismo abierto en defensa de las dictaduras militares regionales.

No hay duda de que los sueños de quienes dirigieron aquellas gestas libertarias o esfuerzos de integración repercutieron años después con los grupos intelectuales, el más conocido en la primera mitad del siglo XX fue Joaquín García Monge, en cuya revista Repertorio Americano que desde Costa Rica promovió hacia América Latina la literatura y el pensamiento regional, ofreciendo cabida en sus páginas a escritores de Centroamérica y de habla hispana.

En muchas formas y volviendo al siglo XIX, la Campaña Nacional, como se llamó en Costa Rica, me motivó a escribir una novela de la que de mi parte denomino “Guerra patria centroamericana”. Conflicto que terminó con la captura en la tozuda y quinta invasión de William Walker, quien nunca aceptó la derrota de Rivas sufrida en 1957. Fue fusilado en Puerto Trujillo, Honduras, el 12 septiembre de 1860.

Por triste paradoja, en otro marco diferente a la guerra el héroe y estratega de esa guerra justificada fue asesinado tres semanas después (30 de septiembre de 1860). Me refiero a Juan Rafael Mora Porras, benemérito de la patria costarricense, quien no solo alertó sobre el peligro de los filibusteros, sino que hizo grandes esfuerzos para involucrar a los cinco países, sin importar las ideas contrapuestas que se tuvieran. El enemigo común, Walker, significaba la total dominación de Centroamérica.

Cabe destacar que en el ejército costarricense sobresalió el general salvadoreño, originario de Suchitoto, José María Cañas (declarado “defensor de la libertad de Costa Rica” por la Asamblea Legislativa del hermano país). Tanto Mora como Cañas fueron victimados en Puntarenas, luego de un juicio ilegal por quienes se opusieron a la guerra por afectar sus intereses económicos; estos fueron los autores intelectuales que manipularon a militares traidores y ambiciosos, incluso participantes de la guerra. Con la idea de retomar el poder Mora y Cañas habían partido de Santa Tecla donde estaban exiliados y llegaron al puerto de Puntarenas. Los esperaba una emboscada producto de una traición.

En la actualidad el silencio histórico solo es roto por Costa Rica y Nicaragua; sin embargo, encontré en El Salvador dos libros de esa gesta libertaria: “La invasión filibustera de Nicaragua y la guerra nacional”, del salvadoreño Ricardo Dueñas van Severen, publicado en 1956. Y otro, de Carlos Pérez Pineda, “Guerra centroamericana contra los filibusteros 1856-1857”, publicado por la Secretaría de Cultura, 2017.

Los centroamericanos desconocemos esa historia oculta. Nos hemos privado de la memoria verdadera, que nos permita reconocer a los héroes que nos construyeron desde nuestra identidad originaria.

Al respecto señalo un ejemplo personal: en 1967 conocí la carta relación de Pedro de Alvarado a Hernán Cortés. Ahí se narra la batalla de Acaxual y Tacuzcalco contra los pipiles, nada preparados para defender su territorio contra seres de otro mundo. Eso me motivó a escribir mi primera novela publicada en Argentina. Quise dar vida a una gesta solo conocida por unos pocos historiadores. Esa carta no apareció en mi formación académica, pese a que desde el 8.º grado conocía las obras literarias e historia clásica universal de los programas de estudios.

La reforma educativa debe incluir los aullidos de la historia regional, si queremos la transformación proclamada. Cincuenta años después, repito aquella experiencia con la historia de la guerra nacional centroamericana. Espero que no sea un grito sin eco en los rincones oscuros de nuestras desesperaciones sociales.

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