Carta Editorial

Cuando se habla de educación en sexualidad, en El Salvador hace falta partir de que en la niñez y en la adolescencia hay un déficit de información.

Lo digital es cada vez menos etéreo. El poder que tienen las nuevas tecnologías para convocar y promover casi cualquier cosa hasta convertirla en algo tangible no se pone en duda. Pero con ese poder también han crecido los riesgos. La cantidad de víctimas menores de edad de delitos que nacen o se cometen por medio de un celular o una computadora está aumentando sin que, hasta el momento, se hayan terminado de crear y de dar a conocer los mecanismos de denuncia.

Cuando se habla de educación en sexualidad, en El Salvador hace falta partir de que en la niñez y en la adolescencia hay un déficit de información. Si esta tara es obvia para los que están inscritos en el sistema educativo, el abismo se profundiza mucho más para los que están fuera. Y si se toma en cuenta que el acceso a internet, y con ello a redes sociales, no está circunscrito a la madurez de los usuarios, lo que se obtiene es un caldo de cultivo para delitos.

El reportaje de esta edición echa luz sobre los frutos obtenidos de una ley que recién se aplica desde hace dos años. Los casos que se han iniciado dan una idea de la vulnerabilidad de las víctimas. Y también perfilan el gran margen de impunidad en el que se mueven los victimarios. Acá se juntan todos los males de una sociedad que se toma mucha molestia en juzgar si una víctima menor de edad se lo buscó o no, y se hace de vista gorda con los adultos que deberían tener claro cuándo cometen un delito.

Pese a que todos los días se utilizan las nuevas tecnologías, la regulación y los términos de uso correcto todavía están en construcción en este país, al que le falta todavía trabajar mucho en educar y en promover una cultura de denuncia que ayude a poner un alto a los abusos.

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