Carta Editorial

Andrés logró lo que pocos: que alguien lo escuchara y creyera en su versión, esta en la que quienes acabaron golpeándolo eran, en realidad, los llamados a protegerlo a él y a la comunidad.

Las estrategias actuales en seguridad pública parecen un eslabón más de una larga, muy larga, cadena de errores. La de este país es una sucesión de violencias y aún con los terribles resultados obtenidos, seguimos aplicando la fórmula de devolver golpe con golpe, bala con bala. Lo que nos ha quedado es un país al que cada vez le urgen más cementerios.

Ante los altos índices de impunidad que reflejan una muy limitada capacidad de investigación y un todavía más débil músculo de prevención, lo que queda es reprimir. Cuando la represión es la primera opción, se adelgaza mucho la línea entre ejercer la fuerza dentro del marco institucional y el abuso de poder.

La desesperación por conseguir resultados inmediatos, de esos que se ven bien en las campañas electorales, va dejando una estela de víctimas no reconocidas a las que, además, se les niega el derecho a la denuncia y con ello el acceso a la justicia.

Esto, la denuncia, es precisamente lo que hace particular e ilustrativo el caso de Andrés. El periodista Moisés Alvarado hace en esta edición un relato sensible y directo del testimonio de este joven a quien instituciones internacionales han dado crédito, respaldo y apoyo.

Andrés logró lo que pocos: que alguien lo escuchara y creyera en su versión, esta en la que quienes acabaron golpeándolo eran, en realidad, los llamados a protegerlo a él y a la comunidad.

Las autoridades de un país que se precia de buscar con tanta insistencia acabar con esta violencia que se asume como piedra de tropiezo para el desarrollo no pueden obviar voces como las de Andrés. Lo peor que se puede hacer en este momento de la historia es pretender que no existen o que son aisladas. Cerrar los ojos, taparse los oídos y negarlo no va a hacer que desaparezcan.

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Séptimo Sentido

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