Carta Editorial

A menor edad de la víctima, mayor es el porcentaje de violencias sexuales que se comenten en entornos cercanos, como la casa, la escuela, la iglesia, la comunidad.

Ninguno de estos casos es ficción. Ojalá sí, pero no. No han sido manipulados en función de generar morbo. Al contrario, han sido resumidos y se han omitido detalles que vayan en detrimento de las víctimas. La descripción de cada caso se limita a aclarar los límites del delito, la manera de reconocerlo o los vicios al abordarlo en las instituciones. Aún desde esta perspectiva profesional, utilitaria y formativa, duele. Duele mucho.

El trabajo que hemos incluido en esta edición es producto de una revisión a partes iguales entre las estadísticas obtenidas por medio de solicitudes de información y las sentencias públicas. Con el resultado se puede perfilar cómo se mueven, se registran, se denuncian, se investigan y se procesan judicialmente los casos de violencia sexual contra menores de edad.
El panorama no es alentador. En la última década, la cantidad de denuncias por delitos relacionados con violencia sexual ha registrado pocas reducciones y ninguna de ellas ha sido significativa. Las víctimas, además, son cada vez menores. En 2010, de 1,367 denuncias por violación en menor incapaz, en 963 (70 %) la víctima tenía entre 12 y 17 años. Para 2016 se registraron 1,874 denuncias de este tipo y 1,405 (75 %) correspondieron a adolescentes en edades entre 12 y los 17 años.

Este fenómeno debe impulsar a las autoridades a realizar esfuerzos para construir mensajes que, adaptados a este sector de la población, den a conocer los mecanismos de denuncia. Los pocos mensajes que al respecto se han elaborado, sin embargo, se valen mucho del papel de la familia. Es el ideario de una familia que protege.

La realidad alterada en la que nos movemos no debería ser ignorada. No todas las familias de este país protegen, tampoco lo hacen todos los centros educativos ni todas los recintos religiosos. A menor edad de la víctima, mayor es el porcentaje de violencias sexuales que se comenten en entornos cercanos, como la casa, la escuela, la iglesia, la comunidad.
En la década que tiene esta revista de existencia, se ha cubierto este problema desde diferentes ángulos. La constante en cada uno de ellos ha sido la distancia enorme que hay entre el discurso de las autoridades y las circunstancias de las víctimas. Reducir la cantidad de casos y la brecha de impunidad en delitos sexuales contra menores de edad pasa por comprender y reconocer la vulnerabilidad en la que viven quienes los sufren. No todos los niños de este país encuentran a tiempo a alguien que hable por ellos.

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Séptimo Sentido

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