Carta Editorial

Después de tanto sufrimiento acumulado, el país no aprende la lección y sigue yendo a la deriva.

Hay gente en este país condenada a rehacer todo en su vida una y otra vez. Y no, no es motivo de orgullo. Debería ser motivo de preocupación y vergüenza. El estado de vulnerabilidad extrema que comparten tantas personas es muestra de falta de solidaridad, en primera instancia. Pero también desnuda la ausencia de planes a largo plazo, de inversiones estratégicas para reducir el margen de daño ante cualquier evento inevitable. Deja claro que después de tanto sufrimiento acumulado, el país no aprende la lección y sigue yendo a la deriva.

En 2011, la depresión tropical 12-E instaló nuevos récords de lluvia acumulada, anegó cultivos, provocó deslaves, hubo inundaciones y los ríos se desbordaron. Gente murió. Otros lo perdieron todo. Ojalá fuera una tragedia contada solo una vez, pero tanta desgracia se repite cada cierto tiempo en mayor o menor medida. Siempre hay personas sufriendo hasta lo más profundo por fenómenos que no se pueden controlar, pero cuyas consecuencias se deberían ya haber atenuado con base en la experiencia y en la adecuada planificación. Y no, no se hace.
Casi siete años después de la tragedia, las familias afectadas que protagonizan el texto de la periodista Valeria Guzmán apenas han podido eliminar uno de los riesgos, que era vivir cerca de un río. El resto de vulnerabilidades sigue ahí, acompañándolos a la espera del siguiente episodio de este drama que supone vivir en un país que no se prepara y que no asume con sabiduría las lecciones.
A estas familias ya se les debe mucho. Y no hay nada que haga pensar que no va a aumentar el número de familias en las mismas circunstancias. La deuda seguirá creciendo si no se ejecutan acciones que fortalezcan y dignifiquen a las comunidades.

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Séptimo Sentido

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