Carta Editorial

Hay en el camino demasiados factores que reducen las oportunidades de una persona para alcanzar una vida plena. La primera de todas, el acceso a la educación.

Es un doloroso absurdo que en un país tan lleno de violencias se hable tan poco de educación en todas sus formas. Lo trágico de las consecuencias no debería habernos apartado nunca de ponerle atención a las causas, a la raíz de todo. De haberlo hecho en la primera oportunidad clara que tuvo el país con la firma de los Acuerdos de Paz quizá mucho de lo que hemos perdido como ciudadanía se hubiera salvado.

Nadie nace para asesino ni para extorsionista. Nadie nace para vivir por una pandilla ni con la ambición de llegar a ser un corrupto. Hay en el camino demasiados factores que reducen las oportunidades de una persona para alcanzar una vida plena. La primera de todas, el acceso a la educación formal y a la no formal.
El reportaje que abre esta edición explora ese eterno debate acerca de quién merece una segunda oportunidad y cómo hacer efectiva la reinserción de quienes han cometido delito. La periodista Valeria Guzmán llega así al testimonio de una mujer que vive en la paradoja en la cual nos movemos muchas: dejar al hijo para ganar dinero para mantenerlo. A esta mujer ahora le toca hablar desde una centro de inserción social en donde visita a ese hijo por el que todavía trabaja.

A este país tan pequeño en territorio se le ha vuelto más fácil colocar barreras sociales que tender puentes para facilitar una inclusión práctica. Hay cantones, colonias, municipios completos que quedaron demasiado lejos de cualquier ventana de progreso. En esta sociedad que hemos construido la educación es solo un elemento más de discriminación. La más completa e integral, esa que casi asegura la movilidad social está reservada para quienes la pueden pagar. Pasa lo mismo con la salud; y qué se puede esperar de un país que coloca los derechos fundamentales bajo un candado monetario.

Reconocer a todas las víctimas de este sistema desigual es un proceso complejo, difícil, en el que no se debe buscar a los culpables solo entre los que aprietan el gatillo, sino que también entre los que han manipulado el tablero para mantener a la mayoría lejos del conocimiento y cerca de la desesperación.

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Séptimo Sentido

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