Carta editorial

Queda preguntar para qué y para quiénes trabajan los que se oponen a que esta ley tenga músculo suficiente para cumplir con la misión para la que fue pensada.

El debate por la Ley de Extinción de Dominio desnuda que las intenciones de los políticos, de los que elegimos en cada votación, todavía distan mucho de todo lo que tenga que ver con hacerle más pequeña la puerta a la corrupción y al delito en general.

Una ley como esta lo que pretende es hacerle incómoda la vida al corrupto al quitarle el derecho sobre cualquier posesión adquirida con dinero que, se compruebe, ha sido obtenido de forma ilegal. El Estado recuperaría así lo que se le drenó y lo podría colocar a beneficio de los ciudadanos.

El país se hunde entre una cantidad enorme de necesidades básicas no satisfechas. Los hospitales, por poner el ejemplo más obvio, no dan abasto en ninguno de los sentidos. En las unidades de salud la espera se alarga porque los expedientes son todavía papeles que se acumulan en archiveros. Los cuerpos de seguridad pública no tienen suficientes vehículos y los bomberos viven en una eterna crisis por falta de todo lo indispensable para hacer su trabajo. Y a estos últimos, a quienes tanto se les enaltece cuando hay una emergencia, solo se les escucha y se les presta atención, precisamente, en el marco de una emergencia.

La discusión sobre una ley con la que se busca reducir los beneficios al delincuente y, además, devolverle al Estado recursos que necesita con urgencia para atender a una población cada vez más vulnerable no debería ser tan difícil. El camino está trazado y es ese al que apuntan organismos internacionales. Pero este debate no es sobre combate a la corrupción o sobre beneficiar a los ciudadanos. Se ha desviado a la política.

Y la política, así como se está haciendo, está separada de los intereses de la mayoría para sustituirlos por intereses individuales o partidarios. Queda preguntar para qué y para quiénes trabajan los que se oponen a que esta ley tenga músculo suficiente para cumplir con la misión para la que fue pensada.

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