Carta editorial

Que ahora el agua fluya por las tuberías debería ser un epílogo feliz; pero esto es El Salvador. Y acá, el acceso a los derechos básicos está atravesado por las violencias.

Nadie entiende mejor la importancia del acceso al agua potable que quien no lo tiene. En Izalco, Sonsonate, hay un grupo de vecinos que tomaron este derecho en sus manos y lo acercaron a toda la comunidad.

Que ahora el agua fluya por las tuberías debería ser un epílogo feliz; pero esto es El Salvador. Y acá, el acceso a los derechos básicos está atravesado por las violencias. Para las personas que habitan en estas zonas de Izalco el Estado no es más que un montón de carencias. Les falla para suministrarles agua, y también al no poder garantizar su integridad física y emocional.

Lo que sucede en este municipio ilustra muy bien lo que sucede en el resto del país con los recursos naturales y su explotación. También ilustra cómo en un país tan lleno de desigualdades, incluso el agua se convierte en otra razón de exclusión.

En el reportaje del periodista Moisés Alvarado sobran las muestras de sabiduría comunitaria: “Somos conscientes de que nada es ilimitado. Esa es la diferencia de nosotros con ANDA. Para ellos, entre más pajas (mechas) de agua ponen es mejor, aunque a la gente no le llegue el agua”, explica una de las personas que ha trabajado en activar el servicio.

Al mismo tiempo que en Izalco el agua se cuida y se defiende; en alguna colonia citadina, se desperdicia de muchas maneras, porque en la abundancia lo que más falta hace es la conciencia del privilegio.

Estas páginas llevan a concluir lo mismo que se ha denunciado en estas en varias ocasiones: que no se puede hablar de desarrollo si hay tantas personas a las que no se les garantiza ni lo básico. El agua es un derecho fundamental.

Parece, a veces, que los únicos que entienden bien la importancia de esto son los que sufren la carencia. Acá, en los despachos, entre quienes administran, esta urgencia se desdibuja.

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