Carta editorial

La transparencia no es un accesorio ni es una deferencia. La transparencia es indispensable en toda acción que lleve a cabo un gobierno democrático.

Lo que se lee en el reportaje que abre esta edición es la necesidad suprema de hacer transparente la gestión pública. A lo largo de la historia de este país ha habido muy pocos intentos por involucrar a la ciudadanía en la manera en la que se invierte y se mueve el dinero público. No ha habido una gestión efectiva para aumentar el interés de la gente en la manera en la que los gobiernos trabajan desde un punto de vista técnico. Solo los escándalos hacen volver la mirada hacia los aspectos administrativos, y no, no es lo correcto.

Un Gobierno que hace bien las cosas debe ser un gobierno de puertas abiertas, que permita a cualquiera no solo el acceso a la información, sino que también brinde espacios adecuados para increpar y para mostrar desacuerdos. El Salvador, hasta la fecha, no ha visto nada así.

En el reportaje titulado “Las millonarias empresas que cabían en una oficina”, el periodista Moisés Alvarado explica cómo, según lo expuesto por la Fiscalía General de la República, grandes cantidades de dinero público fueron a parar a empresas cuya formalidad ha quedado en entredicho y que no tenían ni una sede con suficiente capacidad para realizar las acciones que alegan.
La transparencia no es un accesorio ni es una deferencia. La transparencia es indispensable en toda acción que lleve a cabo un gobierno democrático. La clave para evitar cualquier caso de corrupción pasa por entender que es necesario eliminar cualquier pasillo oscuro dentro de la administración pública. No debería haber ahí nada qué ocultar a la población, la cual aporta el dinero con el que ese aparato funciona.

Los gobiernos están obligados a rendir cuentas y a explicar cómo caben, dentro de sus sistemas, empresas como las descritas en el reportaje de esta edición.

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Séptimo Sentido

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