Carta Editorial

Las migraciones son naturales en todas las especies, pero no en las condiciones y por las razones por las que huyen cada vez más salvadoreños.

El Salvador es todavía un país del que dan ganas de huir. Así se lee entre las declaraciones angustiadas que brindan los beneficiados del Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) que hablan en este reportaje.
Ellos se fueron en medio de una guerra que hacía explotar cualquier posibilidad de desarrollo. Huyeron hacia un lugar en donde poder trabajar y garantizarse una mejor calidad de vida.

Décadas más tarde, el país del que salieron les sigue dando miedo. No hay aquí una guerra como esa por la que se fueron, pero las oportunidades de desarrollo siguen explotando entre violencia y corrupción. Y, pues no, no les dan ganas de regresar a un El Salvador que en todo este tiempo no ha podido encontrarse con una mejor versión de sí mismo, una que permita a todos la educación, la salud y la justicia.

Las migraciones son naturales en todas las especies, pero no en las condiciones y por las razones por las que huyen cada vez más salvadoreños. No puede ser considerado una normalidad este flujo de gente que se ve obligada a creer que arriesgarse por un camino de peligros es mejor que quedarse aquí. Y cuánto más de alterada debe estar esta realidad para que uno de los anhelos más comunes sea el de querer que los hijos crezcan en otro lado, cualquier otro lado. Ya lo decía alguien sobre las migraciones por el mar Mediterráneo: “Nadie coloca a sus hijos en aguas inciertas a menos que la tierra firme sea menos segura”.

Las personas que hablan en el reportaje de la periodista Valeria Guzmán se fueron hace no menos de 20 años. Y lo más duro de su relato es que este tiempo y el dinero que ellos y miles de personas más enviaron no han servido para construir aquí un mejor contexto, uno en el que no dé miedo quedarse a crearse la vida digna y justa que merecemos todos.

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