Carta Editorial

El sistema fomenta desigualdad. Mantiene la idea de que quien se queda con los hijos es quien tiene que ver cómo hace. Permite que haya personas que pueden reducir su participación en la crianza a una suma de dinero.

Al margen de las historias y los argumentos que haya detrás, en este país hay niños que reciben de los progenitores que no están con ellos una cuota de $0.22 por tiempo de comida. Y esto dice mucho de cómo se concibe la red de responsabilidades que giran en torno de la manutención de los hijos.

Cuando una de las partes involucradas en otorgar lo necesario a una persona aporta tan poco con respecto a lo que se necesita, ¿quién debe complementar? ¿Quién debe rebuscarse para que el hambre no gane? ¿Quién tiene que esforzarse más que el otro y por qué esta persona no puede, como la otra, declararse incapaz de hacerlo?

Las cifras de la Procuraduría General de la República son contundentes en cuando a la participación de las mujeres como demandantes. Quiere decir que si lo máximo que el progenitor puede aportar siempre resulta insuficiente para cubrir los gastos indispensables, ellas tienen que resolver la situación, como sea.

Esta urgencia por satisfacer las necesidades básicas deriva un menor acceso a actividades de formación, porque el tiempo se ocupa en hacer dinero suficiente para comer, curar, tener un techo y vestir.

El sistema fomenta desigualdad. Mantiene la idea de que quien se queda con los hijos es quien tiene que ver cómo hace. Permite que haya personas que pueden reducir su participación en la crianza a una suma de dinero que, además, no siempre llega puntual porque, como apunta el reportaje de la periodista Valeria Guzmán, la mora de las cuotas alimenticias alcanza una cifra millonaria.

Los grandes temas a discutir siguen siendo la educación y la responsabilidad. Hacer frente a la crianza tiene que implicar la repartición equitativa de sacrificios para poder encaminar esta sociedad hacia algo que sea más justo.

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