Árbol de fuego

Carnaval de fantasía

Suena ridículo pero es lo que tenemos. Es más fácil maquillar una cara que idear una propuesta sólida y coherente. Al menos para nuestra clase política. Como en las fiestas patronales de un pueblo, todos luchan por verse bien durante el baile.

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Periodista y comunicador institucional

En las calles del país de los “tristes más tristes del mundo” han colocado un montón de vallas con rostros sonrientes. Y pocos aquí entienden su felicidad. Son decenas y decenas de caras achinando los ojos, enseñando los dientes. Algunos son jóvenes y de piel blanca y lisa, otros quisieran serlo. Y sonreír aquí parece una cruel ironía, una burla. Son las caras de los candidatos a diputados de las próximas elecciones legislativas. El ejército de sonrisas impostadas que amargan las calles del país. Porque el voto por rostro es un avance del sistema electoral, pero no significa mejores campañas. De eso ya nos dimos cuenta a pocas semanas de las elecciones del próximo 4 de marzo.

Cuando la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) falló en 2012 para que los salvadoreños pudieran decidir la conformación de la Asamblea Legislativa, con la posibilidad de votar por el rostro del candidato de su preferencia, nunca se imaginaron la clase de campaña política que se venía. Una campaña tan superficial y frívola que parece distanciar aún más a los partidos de la población, si eso es posible. No es que se tenga el mejor historial de plataformas políticas del mundo, en un país que ha sabido de frases trilladas y propuestas inverosímiles, pero ahora, increíblemente y contra cualquier pronóstico, todo parece haberse reducido más a la apariencia. Al “look” y al candidato que contrate al mejor profesional en Photoshop.

Sí, suena ridículo pero es lo que tenemos. Es más fácil maquillar una cara que idear una propuesta sólida y coherente. Al menos para nuestra clase política. Como en las fiestas patronales de un pueblo, todos luchan por verse bien durante el baile. En esa escala, vale más un rostro conocido de una ex Miss El Salvador o un periodista de televisión que una verdadera plataforma para hacer algo distinto. Cada quien ha ido a lo suyo: el FMLN ha tratado de rejuvenecer a su vieja guardia, ARENA le ha abierto las puertas a gente de la TV, al PCN han llegado rostros conocidos. Las propuestas, ahora más que nunca, han quedado en un tercer plano. Y si las hay, están enfocadas en el trabajo que los partidos tuvieron que hacer hace mucho y por el cual han perdido la confianza de la gente.

Pero hay algo más: todos parecen estar esforzándose por verse jóvenes y sin arrugas. Esa impostada juventud puede ser tipificada como el primer engaño a los votantes. Cuando es obvio que ser joven no implica ser moderno ni querer cambiar la situación del país. Hay muchos jóvenes que tienen un pensamiento tan retrógrado como las generaciones que los precedieron. O hay gente de mayor edad que tiene ideas más disruptivas para transformar las desigualdades sociales y en ingresos económicos que tienen sometida a la mayor parte de la población. Un ejemplo de afuera, pero válido, es el estadounidense Bernie Sanders, quien propone un mayor estado de bienestar en la tierra de las jornadas laborales sin límites.

Para la mayoría que busca una reelección en su escaño, la campaña de cara sonriente sería hasta innecesaria si trabajaran con una mayor intensidad, si salieran más y se reunieran periódicamente para rendir cuentas a los votantes de cada departamento. Si los nuevos candidatos a diputados hicieran una lectura adecuada del momento que vivimos y lo que exige la población se ahorrarían los lentes sin prescripción médica, delantales con su rostro o los calendarios de bolsillo. Hay otras formas de darse a conocer. Y por supuesto, todos nos ahorraríamos tener que lidiar con una campaña política que se ha convertido en un carnaval de fantasía.

En las calles del país de los “tristes más tristes del mundo” han colocado un montón de afiches con rostros sonrientes. ¿Por qué molesta tanto verlos? En su afán de lucir “guapos” no responden al clamor popular que exige respuestas a los graves problemas del país. No basta decir que se va a invertir más en educación y en salud –algo evidente–, sino cómo se va a realizar esta inversión con un presupuesto restrictivo y cuáles serán sus énfasis. La cara sonriente de los candidatos parece más una broma. Y quizá molesta tanto porque todos asumen que la política es sucia pero no tan burlista.

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