“Si retiramos los servicios que tenemos y nos quedamos sin agua domiciliar, sin acceso a educación, sin redes de información, con viviendas hechas de materiales rústicos, en un paraje sin oportunidades, la pregunta que nos queda es: ¿hasta qué siglo retrocedemos?”. El ejercicio lo plantea un profesional de la psicología que ha pasado varios años dando clases en las aulas de una universidad privada. Se refiere al caserío La Zarcera, de San Luis La Herradura, en el departamento de La Paz, en donde tuvo lugar uno de los casos recientes de ‘brujería’ que ha conmocionado a la sociedad salvadoreña.
Esa madrugada, Giovanni –moreno, corpulento, de ojos pequeños– había caminado entre penumbra los 21 pasos desde la puerta de madera de la cabaña de bloques de tierra, al pozo; y, desde el pozo, había dado otros 14 pasos más, por un terreno de chiriviscos, palmeras y protuberancias, hasta el lavadero de cemento. El 18 de noviembre de 2016, en pleno siglo XXI, todavía no salía el sol cuando Giovanni dejó de lavarse los dientes ante el lavadero para –alarmado por los gritos de sus hijos y de su pareja– regresar corriendo hacia la rústica cabaña. Víctor, tío de Giovanni, y quien vive a unos cuantos pasos más desde el lavadero, al otro lado de una vereda peatonal tapizada de hojarasca, también acudió alarmado por los gritos. “Yo ayudé a sacar a la chiquita (cuatro años), el niño mayor (nueve años) salió caminando”. La de en medio, una niña de seis años de edad, murió por las heridas de arma blanca que le hizo su madre, Julia Esmeralda. A los tres, ella les apuntó al cuello con un machete.
La cabaña de ladrillo de tierra con una sola habitación y dos ventanas estrechas que habitaba esta familia no era la única ubicada al centro de un terreno agreste y sin servicios. Así son muchas de las viviendas acá en el caserío La Zarcera, del cantón El Escobal. Esta familia apenas estaba cumpliendo una semana de haberse mudado a este lugar. Julia Esmeralda, sin embargo, llevaba ya tiempo entregada al silencio. William Salinas, pastor de la iglesia Misión Cristiana Fuego en el Altar, y vecino de esta familia, dice que la miraba como “con anemia, decaída, triste, callada”.
Julia Esmeralda y Giovanni eran pareja desde hacía más de 13 años. Preocupado por el estado de ella, él decidió atender la sugerencia de su familia y pidió ayuda a quien tuvo cerca. Así, en esa primera semana tras la mudanza, el pastor William los visitó tres veces para orar por la salud de Julia Esmeralda.
Las mujeres son más vulnerables a sufrir alguna vez en la vida un trastorno mental; lo dice la Organización Panamericana de la Salud (OPS), y lo confirman fuentes del Ministerio de Salud (MINSAL), del Instituto de Medicina Legal, del ejercicio privado de la defensoría jurídica, de la psicología y de la psiquiatría. La ansiedad y la depresión ocupan los primeros lugares como causa de consulta en el país y la proporción de mujeres afectadas duplica la de los hombres.
En los 33 países de América que comparten estadísticas con la OPS, el 7.7 % de las mujeres sufre de trastornos de ansiedad, comparado con el 3.6 % de la población masculina, de acuerdo con un estudio titulado “Hablemos de depresión”, que será publicado en abril. Pese a que el problema ha sido identificado, hay en El Salvador otros cantones y caseríos como La Zarcera cuyas características sociales y educativas no incentivan el reconocimiento de las enfermedades mentales y su oportuno tratamiento.
El pastor William, tras la tercera y última jornada de oración en la casa de Giovanni, Esmeralda y los tres niños, fue uno de los que ayudó a quemar papeles con oraciones para atraer el dinero, muñecos de peluche, estampas de santos y otras pertenencias de Julia Esmeralda. Giovanni estuvo de acuerdo con la acción y Esmeralda, recuerda el pastor, no dijo nada. Nunca decía nada. La madrugada siguiente, Esmeralda se transformó en atacante.