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Julio Roberto Magaña [email protected] Hombres perversos Cuando conocemos casos atroces de violaciones, principalmente en menores, nos sentimos impotentes y no queda más que sufrir en silencio con el nudo en la garganta. Duele mucho. Estos son hombres perversos a los que hasta los reclusos los consideran escoria de las prisiones. Nos referimos a los pederastas […]


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Julio Roberto Magaña
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Hombres perversos

Cuando conocemos casos atroces de violaciones, principalmente en menores, nos sentimos impotentes y no queda más que sufrir en silencio con el nudo en la garganta. Duele mucho. Estos son hombres perversos a los que hasta los reclusos los consideran escoria de las prisiones. Nos referimos a los pederastas abyectos citados en esta tercera entrega especial sobre las mujeres, de Glenda Girón, bajo el título “Violadores que enamoran a niñas”. El sentimiento de repugnancia inmediato cuando se conocen casos de abusos a la castidad, que simultáneamente se transforma en indignación. Se maldice y se desea todo lo peor para esos seres, que adrede les omito el adjetivo de bestiales porque lo llevan inherente y lo de humano es mucho para ellos, con razón en algunos lugares los linchan y lapidan. Pues bien, la violación sexual es un acto de profanación a la intimidad física y psicológica del género femenino, experiencia devastadora en la parte más sagrada de la mujer. Muchos estudios niegan que los agresores sexuales sean enfermos sino poseedores de un trastorno de personalidad, porque para los psiquiatras no tienen una tipología estándar, pero su naturaleza desajustada no les quita que en su perfil no esté presente el machismo extremo que supura con alevosía al tener la oportunidad de cometer la agresión.

Son preocupantes los números que se mencionan, como el del MINSAL de 2016, en el que dice que fueron 1,500 embarazos en niñas de 10 a 14 años, pero esa solo es la silueta del problema porque las denuncias escasean por variadas razones. El inicio forzado de la maternidad se convierte para la mujer en el óbice traumático para continuar su educación, quedando en desventaja su futuro proyecto de vida. Solo queda intentar construir una imagen positiva de la masculinidad basada en el respeto, la tolerancia, justicia y equidad, desafío complicado en una sociedad de familias atomizadas que es lo que viene provocando la debacle social sin fin que nos agobia desde tiempos atrás.

Como apunta la carta editorial, “ser mujer implica riesgos” precisamente por ser parte de esta sociedad con muchos vacíos para investigar el delito y donde algunas abusadas callan, dejando atrás una historia oculta.


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Rutilio López Cortez
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Sociedad punitiva

El ciclo de reportajes publicados en todo este mes y que fueron dedicados a la mujer se cierra con este emblemático reportaje de la periodista Glenda Girón sobre los violadores que pululan en nuestro medio, los cuales atentan contra la libertad sexual. Son delitos especiales de coerción ejercida por un sujeto activo en contra de la libertad sexual de otro sujeto pasivo, aprovechándose de las circunstancias y de la indefensión de la víctima. Para consumar una violación, debe de haber violencia.

La Asamblea Legislativa aprobó con 72 votos la reforma al artículo 32 del Código Procesal Penal para suprimir la prescripción de los delitos de abuso o violación en menores de edad. El fin es erradicar y contribuir con el combate de los delitos contra la libertad sexual de los menores y cumplir con una verdadera justicia. La ley vigente permite la prescripción de los delitos sexuales en menores 10 años después de que han cumplido la mayoría de edad.

Queda en nuestras manos educar a nuestros hijos sobre este delito que nos azota desde el pasado. Según Zaira Navas, directora del CONNA, la sociedad en que vivimos nos muestra una cara altamente punitiva y que en lugar de proteger a una víctima, busca culparla ya que el miedo y los estigmas sociales influyen para que las víctimas no denuncien a sus agresores que, en la mayoría de casos en nuestro país, las estadísticas reflejan que son los padres y padrastros.


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Oswaldo Caminos
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El poder del poder

El fotorreportaje de Simone Dalmasso podría subtitularse “Los sueños jóvenes mutilados por el Estado”. Perturba mucho la primera impresión de esta muestra fotográfica, donde la actitud propia de cada rostro interpela nuestra sensibilidad, cada una de estas mujeres expresa su peculiaridad, cada una merecía ser diferente, y en la medida como se hubiesen respetado estas diferencias, talvez serían hoy mujeres realizadas, en la medida de sus posibilidades. Pero truncaron sus sueños, de manera que lo que les sucedió a la mayoría de ellas supera la ficción y debemos presumir que sus victimarios eran formalmente servidores públicos, muchos casados o acompañados y con familia, convertidos en torturadores, violadores y asesinos.

Pues en esos siniestros períodos, tan conocidos y lamentados a posteriori por las sociedades y civilizaciones que los han padecido, es donde parecen resurgir los instintos más necrófilos y destructivos, donde súbitamente desaparecen todos los privilegios y libertades tan elogiadas en tiempos de relativa normalidad. Y es tema de preocupante actualidad que los dirigentes en quienes la ciudadanía confía otorgándoles el voto, esperando como retribución ciudadana el ejercicio de sus funciones con probidad, muchas veces sean los instigadores de actos no solo de corrupción, sino además muestren indolencia e incapacidad de desarrollar planes bien ponderados para garantizar la seguridad y prosperidad de la vida ciudadana, dignos de una sociedad del siglo XXI. Los actos y políticas de exterminio, como sabemos a partir de las incontables experiencias de los conflictos, avalados por el Estado, de limpieza étnica, tanto en Europa como en Latinoamérica, suelen justificarse y desarrollarse de manera implacablemente racional, generalmente etiquetando y estereotipando a las personas por eliminar, teniendo como móviles concretos mezquinos intereses geopolíticos, reduciendo las individualidades ciudadanas a asépticas estadísticas de gran parentesco con los eufemísticamente llamados daños colaterales.

Nadie nos garantiza no solo la tipificación correcta del delito por el que se acusa a estas mujeres, sobre todo con el agravante de ser calificativos que no tienen mayor respaldo penal, pues el Estado les violó sus derechos fundamentales, habiéndolas desaparecido después de someterlas a suplicios indignos de la Edad de la Razón, y por tanto, no habiendo siendo vencidas en juicio apegado a derecho. Me parece de impactante actualidad la triste experiencia de estas mujeres guatemaltecas, insertas para siempre en la genealogía de las atrocidades y los crímenes de lesa humanidad que no deberían quedar en la impunidad.

Merece los créditos la comunicadora que ha contribuido desde su oficio a señalarnos uno de los caminos por donde puede ser más constructiva, en términos sociales, nuestra capacidad de indignación, pues son rostros que no pueden olvidarse, una vez grabados no solo en el lente profesional sino en la memoria colectiva, rescatadas al fin de los subterfugios de ese silencio cómplice, que las redime para siempre.

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Séptimo Sentido

Séptimo Sentido les invita a que nos hagan llegar sus opiniones, críticas o sugerencias sobre cualquiera de los temas de la revista. Una selección de correos se publicará cada semana. Las cartas, en las que deberá constar quien es el autor, podrán ser editadas o abreviadas por razones de espacio o claridad.

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