Buzón

Nuevamente tengo el privilegio y la oportunidad de agradecerle al autor de la página Escribiviendo por conducirme por los senderos históricos que evoca en mí la lectura “Recuerdos de un pasado presente”.

Gracias, Manlio

Nuevamente tengo el privilegio y la oportunidad de agradecerle al autor de la página Escribiviendo por conducirme por los senderos históricos que evoca en mí la lectura “Recuerdos de un pasado presente”. No se imagina qué siento al remontarme a las innumerables ocasiones que acuden a mi senil memoria. Qué fácil me resulta vivir esas situaciones de las décadas a finales de los sesenta e inicios de setenta. Emociones gratas surgen con la lectura de la mencionada página. Es casi imposible referirle que las tardes en la cafetería Doreña después de las clases, los alumnos de muchos centros educativos y, personalmente del Colegio Panamericano Francisco Gavidia, nos reuníamos a tomarnos un café caliente o un café “espumoso” acompañado de unos bocadillos y de la tertulia amena de los diferentes temas en esa actualidad. Así también surgen de la lectura dominical de Escribiviendo las visitas a la Coronita, la Americana, la Bella Nápoles, y cómo no olvidar al “Chalos”. Viene a mi mente uno de los compañeros asiduos al café Doreña, que lo conocimos como “Shuquía” –no recuerdo exactamente el nombre– eran los tiempos de la administración de José María Lemus. Cuando al salir de la cafetería lo detuvieron los policías y le preguntaron: “Qué llevás en esa bolsa”, y él respondió: “Bombas”, de inmediato le arrebataron la mochila. El chasco fue que al vaciar su contenido en el piso, descubrieron solo libros y cuadernos. Ante la risa de los presentes, burlados, decidieron marcharse no sin antes derribarlo con violencia al suelo. En referencia a los escritores citados no conocí a todos ellos, sí al inolvidable Ítalo López Vallecillos y a Álvaro Menén Desleal, cuando presentó la obra “Luz Negra” en el Teatro Municipal de Cámara. Pero más que todos tuve el acercamiento con Mercedes Durand. Cómo podría olvidarla después de tanto que viví en su casa, con su dulcísíma madre, doña Sarita Flores de Durán, y don Ramón Durán, su padre, y sus hermanos Antonio, Ramón, Ester, Jorge, Manuel, este último compañero de aula también, que al conocer que yo escribía ilusionado solo por las rimas. Ante eso la doctora en Filosofía me instó a seguir escribiendo y prometió ayudarme a tal propósito. El destino decidió que ella retornara a México y, por azares del destino, mis padres me llevaron a Honduras. Así se resume la historia de la relación con la familia Durán. Hace más de un año, casualmente, en un centro comercial me encontré con el doctor Clará (exmagistrado de la CSJ) después de casi 70 años, increíble memoria de nuestros compañeros, mencionamos algunos como los Osorio, hijos de nuestro director, asimismo surgen los nombres de la compañera América Montano, Carlos Poveda, los hermanos Hinds, en fin muchos más, que igual que las cafeterías citadas refrescan los “recuerdos de un pasado presente”. Inmerso en ese mundo emocional, me expreso muy pero muy agradecido, don Manlio.

José Carlos Vásquez
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Arquetipo de mujer

Para describir la semblanza de la personalidad de María Isabel Rodríguez se hace necesario mucho papel y tinta por su larga y admirable trayectoria con huellas virtuosas que pocas personas dejan en su largo recorrido por la vida. La doctora, maestra y autodidacta de muchos años se vuelve el arquetipo de la mujer salvadoreña que sirve como horma a las presentes y futuras generaciones. De extracción sencilla y humilde esta eximia académica, hija meritísima de la ciudad de San Salvador, ha recibido decenas de reconocimientos por enarbolar la antorcha del buen ejemplo en la ciencia, la salud y por su vocación de servicio social. De porte académico especial, esta profesional de la medicina ha sido una escuela vivificante y edificante en su vida, toda una institución que con su experiencia maravillosa y su recorrido profesional ha hecho honor al juramento hipocrático, lo evidencian los múltiples reconocimientos que le han otorgado. Sus abundantes publicaciones y patentes sobre salud comunitaria, investigaciones científicas y salud cardíaca, los doctorados honoris causa en diversos países, el título de “heroína de la salud pública de las américas” otorgado por la OPS y OMS, pionera en el campo de la fisiología cardiovascular, su tenaz lucha por el derecho a la salud reconocido por gobiernos, organizaciones y universidades, su lucha en favor de los derechos de la mujer son solo algunos de los fines que se trazó en el camino hacia al éxito, que la colocan en un rango privilegiado de su cometido. Ampliamente conocida en el mundo de la medicina, se puede encasillar entre los valores de renombre nuestros, que siembran la semilla del éxito para que la juventud la haga germinar a través de la imitación en provecho individual y colectivo. Entrevistas como la de Valeria Guzmán alientan los ánimos como antídoto al auge creciente y expansivo de los antivalores que nos invaden y promueven la erradicación de toda clase de discriminación, incluida la etaria que prevalece como otras que no nos permiten encontrar la equidad. El encabezado mismo de la entrevista sugiere la disparidad en el trato a las mujeres con métodos sutiles que no terminan de superarse, a pesar de la lucha permanente que libran algunas organizaciones; en consecuencia, la doctora María Isabel merece estar en el estrado de la inmortalidad por su excelencia en los servicios que le ha entregado a la sociedad.

Julio Roberto Magaña
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Los vestigios de la memoria

La recuperación de la memoria es una responsabilidad patriótica y quien está obligado a ello es, en principio, el Estado. Cuando los Estados dan el ejemplo, los ciudadanos perciben que se les respeta y a su vez, cultivan este valor. En esas sociedades donde las instituciones estatales se preocupan por desentrañar y preservar los vestigios de las edificaciones que fueron lugares de increíbles violaciones a la dignidad humana se respeta y cuida no solo un vestigio monumental sino un artefacto social y cultural, no obstante, los siniestros recuerdos asociados a él. Desafortunadamente, en El Salvador, la mayoría de protagonistas importantes del lado de la izquierda beligerante (muchos de ellos torturados por el régimen de la época) no solo adoptaron estilos de vida sustentados en valores neoliberales, sino que, incluso, han propiciado la actitud tan perniciosa del “borrón y cuenta nueva”, como si, al igual que todo ser humano debiéramos avergonzarnos de la historia y pretender negar el origen y movimiento de toda biografía. Las sociedades son la suma e interacción dialéctica de las biografías de sus ciudadanos. “Es lamentable que se haya borrado esa parte de la memoria del Centro Histórico del país”, escribe Évelyn Galindo, respecto de su reflexión sobre el porqué esos espacios de las cárceles clandestinas salvadoreñas, actualmente intactos, están vacíos de memoria. La historia la hacen seres humanos. Seres humanos deberán, por tanto, asumir sus compromisos en materia de preservación, divulgación y usufructo de ese pasado que no necesariamente debería avergonzarnos, sino posibilitar un ejemplo de verdadero patriotismo y construcción de ciudadanía, que tanta falta nos hace a los salvadoreños. Y si llevamos el lente a otros sitios del centro de San Salvador, constatamos el desprecio estatal por tantas edificaciones que en algún momento de la historia del país produjeron pensamiento crítico, debate cultural de gran nivel, presencia de personas ilustres; así como artistas, bohemios, personajes que también dotaron de identidad a una nación y cuyo homenaje nacional es haber permitido que muchos de estos lugares, dignos de merecer mejor suerte, hayan sido convertidos en prostíbulos y bebederos de mala muerte, donde se fomentan los males sociales conocidos de todos, así como el cultivo de la estridencia a niveles realmente incivilizados. Me parece que las reflexiones de Évelyn Galindo son muy pertinentes, pues abordan un problema que parece desbordar la capacidad y el sentido común de los funcionarios que actualmente administran las instituciones del Estado salvadoreño. Los cuales están interesados en el maquillaje de monumentos (cultivo de la historia monumental y anticuaria) y en el debido culto al ejercicio del “tiempo burocrático”, con todo lo que ello implica en términos de falta de información al ciudadano e irrespeto al libre tránsito peatonal, en términos de conveniencia política, a un aparato de gobierno que parece interesado en favorecer el olvido, la impunidad y la decadencia. No podemos ni debemos ver con normalidad algo que nos interpela diariamente y que, como personajes del tiempo burocrático kafkiano, nos abruma de absurdo nuestra existencia cotidiana, planteándonos esos porqué incontestables.

Oswaldo Caminos
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Séptimo Sentido

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