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En nuestro país, el peor lastre que arrastramos es la violencia intrafamiliar, que viene desde la conquista española.

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Familias disfuncionales

En nuestro país, el peor lastre que arrastramos es la violencia intrafamiliar, que viene desde la conquista española. Se da por tres factores: control de impulsos, carencia de afecto y la incapacidad para buscar solución a problemas de alcohol y drogas: todos conocemos que cuando tenemos problemas durante la niñez, sobre todo en los primeros cinco años, dejan una marca imborrable sea para bien o para mal. Somos los padres los que, debido a que no estamos preparados, marcamos detalles que los niños modelan en su personalidad. Por esta razón, los hijos de familias disfuncionales crecen sin ninguna orientación y sufren de baja autoestima, y cuando buscan pareja, se repite la cadena de comportamiento violento hacia su pareja.

Ejemplos como el mostrado en el reportaje de la periodista Valeria Guzmán solo son la punta del iceberg. Debido a que es necesario descargar la tensión acumulada, el abusador realiza una elección de tiempo y lugar para buscar un resultado. Ya descargada la tensión y el estrés, pasa a la otra etapa de calma y arrepentimiento no violento, simulando como si nada hubiera sucedido. Es en estos casos cuando el abusador debe buscar tratamiento para que no repita el ciclo de violencia.

La violencia doméstica no solo es abuso físico, los golpes o heridas. La que más afecta es la que ataca la integridad emocional y espiritual.

Rutilio López Cortez
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Hombre o bestia

En el drama del aprendizaje social de la violencia, las mujeres quedan limitadas al ámbito doméstico y ellas han asumido erróneamente como atributos propios la debilidad y la sumisión. A eso le agregamos que hay mentes masculinas con taras que creen tener acceso legítimo al vasallaje y la violencia en contra de ellas. De esa manera se ha consagrado la violencia doméstica, de la cual muchas veces no se quiere hablar porque también se enseñan aberraciones que influyen: “no se debe hablar mal de su casa”, “entre casados y hermanos nadie debe meter la mano”. Expresiones populares que aconsejan no mediar en las disputas porque ellos terminarán por reconciliarse y la situación ahora será contra el mediador so pretexto de que la violencia intrafamiliar debe tratarse y resolverse sin injerencia externa.

A la víctima de ese vilipendio familiar se suman los niños que se inundan de miedo cerval, aprenden a reñir y, en su momento, repiten el círculo vicioso. Es el ciclo perverso que se debe romper con un trabajo muy fino desde la tribuna de la educación y, cuando no se le da la atención debida, se van acumulando dolores no resueltos que generalmente, con el tiempo, estallan.
Si las parejas pierden las fuerzas reparadoras del entendimiento que les limitan llegar al diálogo desde que se cruzan palabras groseras, nunca arribarán a una convivencia pacífica como norma de vida y se perderá la pauta para los hijos, empujando a los hogares a caminar al garete.

En la entrevista que nos comparte Valeria Guzmán, “Él tiene la costumbre de golpear a las mujeres”, se corre el velo de cómo el maltrato queda oculto en el silencio cuando las víctimas callan por temor, amenazas y por no sentirse derrotadas, pero es necesario que la afonía de la justicia hable, no es posible que esos hombres, digo bestias, no sean juzgados. La mujer en esas circunstancias pierde la autoestima, empieza a sentir que no tiene valor, se siente inútil y cree que depende del hombre en todo y que sola no podrá salir adelante, se vuelve hasta disminuida, ya no le importa cuánto le digan familiares del riesgo que corre, no hace nada por cambiar o abandonar aquel calvario, sabe que es víctima, pero prefiere continuar sometida y aguantar golpes en lugar de procurarse un futuro con sus propias fuerzas, situación que a veces la lleva a la tumba.

Julio Roberto Magaña
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