Gabinete Caligari

Blues del freelancer

Entrás en modo cobrador, primero escribís correos, luego llamás. Hacés notar que el trabajo fue entregado antes de tiempo y ya han pasado siete semanas y no te dicen nada del pago.

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Un día amanecés desempleado. De inmediato comenzás a buscar algo. Te hacés a la idea de trabajar para mientras, por cuenta propia, ser freelancer para poder subsistir un tiempo, porque todo está miserable y no hay trabajo ni abundante ni bien pagado y como vivís a coyol quebrado, coyol comido, no podés darte el lujo de no trabajar.

Aquello se torna en un asunto de angustia permanente. Preocupación, insomnio. Tu currículo circula en todas partes, como si fuera un virus. Se lo mandás incluso a gente que tenés años de no ver. Algunos contestan, prometen que sí, que cualquier cosa te avisan. Otros ni se dignan. Alguno te da una palmadita en la espalda. Te dicen que ni te preocupés, que con tu experiencia encontrarás algo rápido, que siempre hay trabajo para gente como vos, que saldrás adelante. Sabés que la intención es buena, pero también sabés que la realidad es otra.

Comprás periódicos, hacés listas (de gastos, de contactos, de fotocopias que hacer), llamás a Menganito y a Sutanita, tratás de no dar imagen de desesperación. Apenas has pasado un mes y 12 días sin trabajo, estás administrando con buen tino lo de tu cancelación. No podés hacer más. La información está circulando. Ya saldrá algo. Te dan un contacto para que llamés porque el amigo de un primo de un conocido avisó que hay una plaza libre en equis lugar, con un salario magro para el nivel de tareas, pero no estás para discriminar, lo agarrarías pero seguirías buscando algo mejor, algo más de acuerdo con tu experiencia, a tus estudios, a tus cualidades personales. Pero cuando llamás por el empleo, ya está tomado. Desilusión. Escuchás el ruido que hacen tus ilusiones al romperse.

Te da dolor de estómago recordar que casi es fin de mes y que hay que pagar el alquiler y que, si no conseguís dinero pronto, el próximo no vas a tener para pagar los servicios ni tu vivienda y entonces ¿qué? Pensás en la gente que te puede prestar dinero a plazo relajado porque no tenés ni (beep) idea de cuándo te vaya a salir algo y hacés cuentas, pensás qué es lo que vas a cortar. Varios caprichitos quedan suspendidos hasta nuevo aviso.

No. A ver. Tranquilidad. Keep calm y tomate otro café. Hacés cálculos de las reservas de comida que tenés, organizás los 10 pesos que te quedan, hacés un cronograma, establecés un plazo antes de entrar en plan emergencia. No sabés cuál es el plan de emergencia, pero esperás no tener que llegar a eso.

Entonces ocurre un milagro. Un trabajito. Un freelance. Lo que te pagarán apenas alcanzará para pasar un par de meses en modo monje trapense y es tedioso y la fecha de entrega es para ayer, es decir, es urgente, pero no estás para exquisiteces porque hay que comer, pagar cuentas. Volvés a fumar del puro estrés, trabajás como poseído, día y noche, picheles de café, ponés una alarma para hacer 20 sentadillas cada hora porque tenés tullidas las nalgas y las piernas de estar sobre una silla y te llama gente que nunca te busca, que mirá, vamos a tomar algo, porque creen que ser freelancer es estar en casa rascándose la panza todo el día porque estás desocupado, y vos: no men, fijate que estoy trabajando en algo urgente que debo entregar mañana.

Te quedás en casa envidiando esa vida que otros tienen, esos rostros felices del Feis, las excursiones, los paisajes, los paseos dominicales, las cervecitas y las ostras, pero concentrate, por favor, terminá el trabajo, mañana es el plazo y querés entregar antes de la hora, para impresionar, para que te recomienden, para que te vuelvan a llamar, para seguir la cadena de trabajitos freelance hasta que aparezca alguna cosa estable, con un sueldo que te permita pasar menos angustias y tener la estúpida ilusión de que algún día tendrás el dinero suficiente como para no preocuparte nunca más por plata. Jajajajaja. Eso fue tu risa histérica. Tu risa nerviosa.

Tu risa para disimular la preocupación porque ya entregaste el trabajo y están tardando mucho para pagarte y te quedan tres pesos, pero bueno, con una cora de pan francés y unos frijolitos te alcanza para un par de tiempos al día, por suerte no tenés a nadie que mantener, antojo brutal de cerveza, pero no hay pisto, cantás la canción de JLo «yo quiero, yo quiero dinero, ay».

Entrás en modo cobrador, primero escribís correos, luego llamás. Hacés notar que el trabajo fue entregado antes de tiempo y ya han pasado siete semanas y no te dicen nada del pago y sí, pero es que fíjese que falta la firma de Quien Manda, pero dicha persona se encuentra fuera del país y no vuelve hasta dentro de dos semanas. Te imaginás al tal Quien Manda en una playa de arenas blancas en la Polinesia, tomándose una piña colada y soplándose el sudor con un fajo de puros benjamines mientras vos te alegrás como un demente porque encontraste un billete de $5 en el bolsillo del pantalón, te sentís millonario, «¡soy ricooooooo!», gritás histérico, vas a estar bien, todo se va a arreglar, hiperventilás de la emoción, pensás con un positivismo que te desconocés, revisás los bolsillos de todos los pantalones para ver si hay suerte y encontrás otro billete, pero volvés a escuchar el ruido de tus ilusiones rompiéndose.

Con esos $5 podés comer y transportarte para por fin recoger el cheque que trae el descuento de impuestos (aquí emitís profusas y floridas maldiciones contra Hacienda), un cheque cuyo valor solo sirve para pagar deudas, un dinero al que no le ves ni la vuelta mientras comienza de nuevo el ciclo de buscar, preguntar, mandar currículo, hacer el trabajito, cobrar, ir a buscar el cheque, el ciclo de odiar ese calvario interminable, esa agotadora y absurda carrera de hámster, esa profesionalización de la esclavitud que llamamos «trabajo» y que dicen dignifica al ser humano.

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