Por: Héctor Silva Ávalos

En corto: según la fiscalía neoyorquina, el presidente de Honduras brindó protección a un narco que tenía un laboratorio donde se producían entre 300 y 500 kilogramos de cocaína al mes.

La moneda de cambio real, en estos pactos propuestos, era esa, el control de territorio. El dinero no fue más que el aditivo.

La subtrama más importante en el caso Silva Pereira es la que involucra a Adolfo Tórrez, el «Chele», hombre fuerte de Arena al que ahora algunos areneros asocian exclusivamente al saquismo, cuando su ascenso ocurrió mucho antes.

Animados por la eficiencia del control territorial que ellos ejercen, los grupos criminales decidieron bajarle a la violencia para favorecer un escenario en que pactos políticos.

Treinta años han pasado desde que aquellos soldados a los que vio Lucía ejecutaron, sin reparos, con toda la brutalidad que la guerra les había enseñado, las órdenes de matar a sangre fría a civiles que nunca les opusieron resistencia.

Le dije a mi padre que le diera mi teléfono celular. Ramiro me llamó. Y se identificó así: «Habla Ramiro». Y me citó en una casa de la colonia Flor Blanca, cerca del Gimnasio Nacional*.

Lo anunciado por el gobierno Bukele solo puede leerse como un intento para congraciarse con las políticas migratorias que, desde Washington, dicta la Casa Blanca de Donald Trump.

Nayib Bukele sigue sin dar el primer paso. Es cierto, no todo depende de él, pero como él mismo escribió hace poco en una columna en The Washington Post, tiene de su lado el apoyo popular que le otorga una gran cintura política para hacer algo como esto.

Cercado por múltiples acusaciones de corrupción, nepotismo y misoginia, Trump acudió siempre a la narrativa antinmigrante para consolidar a su base política. Y le resultó.

Honduras es, de los tres países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica, donde la penetración del crimen organizado en la política parece más flagrante.