Anatomía del monstruo

La escritora colombiana Laura Restrepo estaba trabajando en otro proyecto literario cuando se enteró del crimen atroz de una niña de siete años que fue secuestrada, violada y asesinada por un arquitecto proveniente de una familia de clase alta. No pudo pensar en otra cosa. Supo que tenía que escribir sobre este hecho que conmocionó a su país y al resto del mundo.

Fotografías de archivo y de Sebastián Jaramillo/Lecturas/El Tiempo/GDA/Colombia
Laura Restrepo, escritora colombiana

Es decir, uno en su cotidianidad vive con altos niveles de comodidad, sin necesidad de ser una persona muy rica. Y por debajo está ese río oscuro, ese miasma. Entonces, ¿cómo no preguntarse por el mal?

La historia de horror que motivó esta novela es conocida por todos. Sucedió el 4 de diciembre de 2016. Yuliana Samboní caminaba cerca de su casa, por las calles del barrio Bosque Calderón –un sector que ha recibido a cientos de familias de desplazadas del país y es vecino de Chapinero Alto y Rosales, en Bogotá– cuando fue secuestrada y después violada, torturada y asesinada. Tenía siete años. El culpable: Rafael Uribe Noguera, un arquitecto de 38 años, graduado del Gimnasio Moderno y la Universidad Javeriana, que hoy paga una condena de 58 años de cárcel.

El repudio que provocó este caso ha tenido muy pocos precedentes. Las calles se llenaron de manifestantes que pedían el castigo más fuerte para el responsable. Al mismo tiempo despertó muchas preguntas. ¿Cómo había podido pasar algo así?, ¿qué límites se habían roto para alcanzar ese grado de crueldad? A la escritora Laura Restrepo –que supo a larga distancia de la tragedia vivida por Yuliana, por las noticias que leía y los mensajes de dolor y de asombro que le enviaban sus amigos– el tema no se le iba de su cabeza. No la dejaba dormir. Decidió, entonces, hacer lo que ella sabe: escribir. No pensó en una reconstrucción periodística de los hechos, sino en crear un relato de ficción. Una novela que tuviera como único elemento verídico el crimen de la niña. Así nació “Los divinos”, que retrata a un grupo de cinco amigos de clase alta bogotana que lo tienen todo; sobradores, matoncitos, frívolos, consentidos de mamá. Convencidos de estar formándose para pertenecer al pequeño club de los que mandan. Y entre ellos, uno: “el Muñeco”, que “por un lado es Kent con todos sus encantos, y por el otro, Chucky el tenebroso”. El dueño de la atención, el rey del carisma en sus tiempos de colegio que, poco a poco, con el paso de los años, empieza a caminar más allá que el resto entre el alcohol y las rumbas fuertes. A dar muestras de llevar el demonio adentro. “¿Hacia dónde querrá ir, o a dónde querrá llegar, cuando reta así los límites?”, se pregunta uno de los miembros del grupo. Porque “el Muñeco” se aleja, se vuelve otro, o tal vez termina por mostrar un rostro que mantenía escondido. Y un día se convierte en el depredador que va en busca de su víctima.

¿Por qué decidió escribir sobre este tema?

Era imposible no hacerlo. Ya iba bastante adelantada en otro libro, que no tenía nada que ver con esto, y de pronto sucedió el crimen de la niña. No podía pensar en otra cosa. Qué fue lo que pasó. En un país como el nuestro, donde hemos crecido con la muerte, con la criminalidad, donde conocemos todo eso tan bien, se habían transgredido nuestros propios límites. Había algo que no podía asimilarse, que no te dejaba dormir. Un trasfondo que era imposible de saber. No eran las leyes de la guerra, no eran las leyes del hampa, no eran las leyes de la mafia. Era una criminalidad que tenía un componente hedonista, de placer, que quizá no conocíamos todavía. Y también estaba la diferencia brutal entre los poderes del asesino y la absoluta indefensión de la víctima. Era la víctima por excelencia. La víctima en estado puro. De tanto pensar llegó un momento en que me costó trabajo retomar el hilo del libro que tenía en camino, y entonces dije: tiene que ser que hay una urgencia de escribir sobre esto.
En un país como el nuestro, donde hemos crecido con la muerte, con la criminalidad, donde conocemos todo eso tan bien, se habían transgredido nuestros propios límites.

En el propio terreno de lo que se ha escrito, estudiado y denunciado sobre el feminicidio hay una gran cantidad de eufemismos. Lo que hay detrás de la violencia contra las mujeres es tan feroz, que no se quiere mirar.

Y decidió que sería una exploración literaria, no un relato periodístico, de no ficción…

No se trataba de hacer una investigación sobre los hechos, no. Inclusive no busqué expedientes ni documentos al respecto. En el país hay periodistas maravillosos que han realizado ese trabajo. Ese no podía ser mi terreno. Tampoco quise meterme en quién tiene culpa o quién no. Lo que quise hacer fue un universo de ficción, absolutamente de ficción, donde lo único real es el crimen de la niña. Pensando que quizá la literatura puede ser una herramienta para entender qué nos pasó, cuál fue la línea que se cruzó y por qué. Le puse a la novela un epígrafe de Michel Tournier que plantea la idea de que el monstruo es lo que se ve. Según eso, el asesino –en la novela, el asesino ficticio, “el Muñeco”– sería el monstruo, porque es lo visible. Pero lo que quise mostrar es precisamente lo no visible, eso que está demasiado cerquita. Ninguno de los otros muchachos, del grupo de amigos del “Muñeco”, va, viola y asesina a la niña. Ninguno lo hace. Pero llevan unas vidas que se acercan mucho a ese punto de no retorno. El asesino es el monstruo, es lo que vemos. Pero ¿cuál es todo el tinglado que hay detrás de lo visible?

Y también qué dice un caso como este de todos nosotros, como sociedad…

Exacto. La idea era auscultar el alma a ver qué es lo que pasa. Volviendo al terreno de la realidad, este es un crimen que sucede con un proceso de paz en marcha y te lleva a pensar que, si bien fue posible un acuerdo con la insurgencia armada, en el país hay un abismo entre ricos y pobres que es una cosa insondable. En eso no hay proceso de paz ni acuerdo posible porque la diferencia es del cielo a la tierra. Cuando “el Muñeco” mata a la niña –hablando otra vez de la ficción– no se cuida de ocultar, no tiene problema en actuar con absoluta impunidad. ¿Por qué? Porque finalmente la niña no existe. La niña no es nadie. Esto me recordaba el crimen de La Rubiera, en los Llanos, donde unos campesinos blancos masacraron a un grupo enorme de indígenas. Los invitaron a una fiesta, o algo así, los hicieron ir a una finca y ahí los mataron. Les siguieron un juicio y ellos dijeron: “Es que no los matamos, los cazamos”. Ni siquiera había una comprensión de lo hecho. Como si dijeran: “Eran animales, no tenían que ver con nosotros”. En la novela, “el Muñeco” sube a ese barrio a cazar. Para estos muchachitos, de clase alta bogotana, para sus amigos, la niña es un no ser. Lo que la hace visible es que el asesino tiene visibilidad en nuestra sociedad. Porque crímenes y violaciones de niñas hay todos los días.

Este crimen, en el que se basa la novela, despertó además un rechazo que no se había visto antes, quizá también por la visibilidad del culpable.

Por la visibilidad de ciertos protagonistas. Yo tuve cuidado de que se explicitara cómo se relaciona con las mujeres cada uno de los integrantes del grupo de amigos del “Muñeco”. Todos, de una forma u otra, tienen unas relaciones de mierda con las mujeres. Uno por idealización, otro por desprecio, otro porque las engaña… Todos se acercan de alguna forma a la situación del asesino. Él pasa la línea, pero todos vienen de algo, como de un mal aceptado, como si la sociedad admitiera unas dosis de perversidad muy altas. Y de pronto viene este crimen que transgrede eso. Va más allá. Pero eso no quiere decir que la cadena vaya muy atrás. El desprecio por las mujeres se ancla. Entiendo que en el escenario real el odio se centra en esa figura, pero eso no significa que atrás no haya nada.

El narrador en la novela es uno de esos cinco amigos, pero al mismo tiempo está un poco alejado de ese mundo. ¿Cómo llegó a ese personaje?

Yo necesitaba un personaje así, que perteneciera a ese grupo social, que fuera uno de los amigos, pero que al mismo tiempo tuviera una visión crítica. “El Hobbit” –su apodo– es lector, ‘nerd’, algo marginal. Lo quería vigilante de las relaciones de los otros personajes, que no son hijos de papi, estos muchachos son hijos de mami. Porque también me interesaba trabajar ese concepto nuevo, el hijo de mami, un poco contra una idea generalizada de que los hombres están por la violencia y las mujeres por la paz. Eso puede llegar a ser falso. Muchas veces las mujeres generamos el tipo de esquemas que llevan a la violencia. Eso no quiere decir que en muchos de los casos las mujeres no se hayan opuesto muy valientemente a la guerra, pero en niveles más profundos las mamás de estos muchachos están detrás de ese desprecio, como raizal por la mujer. La humanidad está abriendo los ojos a la violencia contra las mujeres y contra los niños, que es brutal.

Hace poco hubo un asesinato de un niño en España, que también despertó mucha indignación. El niño se llamaba Gabriel y en las redes comenzaron a aparecer mensajes de #TodossomosGabriel. En una columna, el poeta español Luis García Montero planteaba si –teniendo en cuenta cómo están hoy las cosas en el mundo– en lugar de ser todos la víctima no seremos más bien todos el victimario…

Fíjate que en la novela el narrador al final lo dice. Porque la idea era un poco esa. Sí, entiendo, hay este ser monstruoso que hizo esa cosa aterradora. Pero qué hay de nosotros mismos ahí, como sociedad, como personas, inclusive como mujeres. Qué hay en el mundo, con esa tendencia narcisista. Es que este es un crimen que se hace por placer. No hay otra razón. Todo el grupo de amigos anda detrás del placer. O en la cocina, o en los carros, o en las fincas, o en la ropa. Es una cadena que lleva a la satisfacción personal. Y eso no es solo colombiano, es mundial. El individuo y la necesidad de complacerse, de sentirse bien. El profundo malestar ante cualquier cosa que frustre esa ansia de bienestar. Y de una manera atroz el crimen de la niña, si bien es cualitativamente más violento, hace parte de esa cadena de darse gusto que va pervirtiendo el alma.
Sí, entiendo, hay este ser monstruoso que hizo esa cosa aterradora. Pero qué hay de nosotros mismos ahí, como sociedad, como personas, inclusive como mujeres.

Y que no tiene límites. En la novela queda claro cómo al “Muñeco” nada lo saciaba.

Así es. A lo largo del libro intenté mostrar ciertos rasgos en el individualismo o narcisismo del “Muñeco” que lo van apartando del grupo, que lo van llevando más lejos, como para explicar por qué él llega a matar y los otros no, por qué llega a torturar a una niña y los otros no. Pero también trabajé mucho en los enlaces que hay entre él y su grupo, porque finalmente ellos son sus íntimos amigos.

Ceremonia. El funeral de Yuliana Samboní reunió a una gran cantidad de gente que no solo lamentó la muerte de la niña, sino que también exigió justicia. Jubencio Samboní, padre de la víctima, se vio consumido por el dolor.
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