ÁLBUM DE LIBÉLULAS (197)

El aire olía a fuego pasado, pero no había cenizas visibles. En los alrededores, lo que quedaba a cada instante en evidencia era aquella extraña normalidad que ponía todas las vidas en vilo.

1612. EL MISIONERO

El aire olía a fuego pasado, pero no había cenizas visibles. En los alrededores, lo que quedaba a cada instante en evidencia era aquella extraña normalidad que ponía todas las vidas en vilo. El lugar, entonces, venía a ser ideal para alguien que quisiera descubrir misterios y contribuir a reparar entuertos, con la impresión muy personal de que nada de aquello le iba a producir trastornos inmanejables, sino todo lo contrario: que todo aquello era como ir al encuentro de la propia misión en el mundo. El recién llegado lo intuyó desde el primer instante: ahí estaba todo lo que pudiera desear para realizar su propósito de vida: predicar las bondades de la memoria y los poderes de la valentía. Se instaló y fue visitando a todos los vecinos. Le oían sin responder. Su prédica se dispersaba como un aroma inútil. Y entonces le brotó la sospecha: había llegado a un pueblo fantasma.

1613. SÍNTESIS DEL DESTINO

El fuego es aire, el aire es tierra, la tierra es agua, y el agua se vuelve cómplice de todos… El hombre del cuento venía transitando por esa cadena originaria de misterios naturales, sin percatarse de que iba haciendo su propia ruta, esa que alguna fuerza superior le tenía destinada. Un día estaba poseído por la fogosidad chisporroteante; otro día respiraba por los poros de la razón; en algún momento sus pasos se convertían en huellas de polvo sobre el cemento; en otro momento parecía ir flotando como un navío inmemorial; y no faltaba la ocasión en que todo aquel despliegue se convertía en equilibrio fuera de control. Así llegó a aquella antesala de la mente en la que aguardaba el panel de los medidores de la vida. Una sola pregunta: “¿Quiere seguir siendo agente privilegiado de su origen?” Y la respuesta ideal: “No lo sé, pero sigo…”

1614. MAR ADENTRO

El vuelo iba a despegar de las pistas del JFK de Nueva York. A unos pasos, el Atlántico aguardaba con su respiración de siempre, aprendida en la escuela parvularia de los tiempos desconocidos. Allá al fondo, Europa, vitral que se pintaba y despintaba a diario. Más al Oriente, por las rutas mil veces transitadas y aún desconocidas, Asia. En la ventanilla ovalada cabía todo, como si fuera la pupila de una deidad intrépida. Él hombre joven que observaba a través del amplio cristal de la sala de espera, en el ala de los pasajeros de la sección económica, se sentía una de esas aves que están saliendo de la espesura a los espacios sin fin. Estaba por iniciar el viaje hacia el mañana. Era uno de los emigrantes de siempre, apenas retocado por las imaginerías globales. ¿Hacia dónde iba? Como sus congéneres inmemoriales, en verdad no lo sabía. El mar abierto le palpitaba dentro de las sienes…

1615. IMÁGENES EN VELA

Al retirarse, el abuelo, que había sido el empecinado y expansivo emprendedor, le transfirió al hijo la empresa de envíos internacionales que había fundado de la nada; y cuando llegó el momento correspondiente, el hijo dejó en manos del nieto la responsabilidad empresarial del futuro. Entonces se produjo un tránsito insospechado: el joven puso en venta la empresa para dedicarse a su sueño entrañable, que era recorrer el mundo en todas las direcciones. Aquella noche estaba durmiendo en el hotel The Peninsula, en Hong Kong, en la víspera de tomar un crucero de muchos días, cuando el sueño se le volvió consejo de familia: el abuelo y el padre estaban ahí, con caras de pocos amigos. Afortunadamente para él, despertó antes de que estallaran los reproches. Se asomó a la ventana. Y sonrió aliviado: la luna nueva sí estaba a su favor.

1616. PARÁBOLA DEL VESTUARIO

La Policía andaba tras él, y eso, paradójicamente, lejos de crearle ansiedad de fuga le provocaba ansia divertida de juego peligroso. Cada día deambulaba por las calles con disfraces diferentes, que lo hacían irreconocible para cualquiera, incluyendo a los más experimentados agentes de la autoridad. ¿De dónde sacaba todos aquellos trajes que parecían producto de un diseñador de primer nivel, imaginativo y sorprendente? Ni siquiera él lo sabía. Las piezas estaban siempre a su disposición en el antiguo ropero que era sucesiva herencia familiar. Pero un día de tantos, al abrir la puerta de bisagras crujientes se halló frente a un espacio vacío. ¿Qué hacer? ¿Quedarse encerrado sin escapatoria o entregarse de una vez al poder de la ley? Y en ese preciso instante, los disfraces reaparecieron, como por arte de magia. Se oyó una risita. Las bromas del otro yo.

1617. LA LUNA ENTRE EL FOLLAJE

Como era adicto a las aldeas, las ciudades le producían diversas formas de alergia. Aquel amanecer en Hong Kong parecía una estampa recién inventada, como en las épocas originarias, y por eso, aunque el entorno urbano era de actualidad desbordante, la sensación que le nacía era la de los años dormidos en el tiempo. Desde su balcón en el hotel de Kowloon, inmediato a la bahía, con todas las edificaciones esbeltas enfrente, podía tener casi a la mano aquel paisaje de modernidad nunca desmentida, ni siquiera en los momentos de crisis. Y tal sensación se hizo aún más aguda cuando sobre los rascacielos en estrecha hermandad comenzó a dibujarse el disco áureo. Un día antes había sido luna llena, que se hallaba en su apogeo. La saludo con efusión, y entonces los edificios parecieron alzar los brazos como si fueran un bosque que redescubriera su ser.

1618. NO BROMEES, ESPEJO

Nació como un pequeño tesoro de vida casi aleteante. Cuando pudo caminar, corría por todas partes con la risa a flor de piel, como si anduviera buscando sorpresas prometidas. Ya en la adolescencia, toda aquella gracia se le fue convirtiendo en imán. Era, en verdad, como una diosa resucitada, y en su entorno sólo había palabras de admiración y suspiros de anhelo. Al arribar a la primera juventud todos creían que su futuro sería mágico. Sin embargo, por extraña paradoja, ni los aspirantes ni los pretendientes aparecían. En el entorno familiar más cercano comenzaron a menudear las inquietudes al respecto. Por fin, la convencieron de ir a visitar a un psíquico joven que ayudara a descifrar el enigma. El psíquico la observó con mirada fija. “¿Qué miras?”, le preguntó ella. “Te veo a ti, como si me viera en un espejo. Me estás llamando, y eso me hace feliz…”

1619. ESQUINA CON DESTINO

Ahí, en aquella esquina en la que se juntaban las dos calles más transitadas de la zona, se hallaba la tienda de la Niña Consuelo, que estaba a punto de cumplir los cien años. “Mis primeros cien años”, como decía ella. En el vecindario todos la conocían, hasta los pobladores más recientes. Incluyendo, desde luego, aquella niña de apenas ocho años, que parecía tener todas las preguntas guardadas en su cajita de música. “Niña Consuelito, ¿y usté por qué vive en esta esquina?” “Porque aquí se cruzan los días y se van de paseo juntos… Así se olvidan de mí… ¿Entendés?”

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